Opinión

¿Creyentes o crédulos?

Pues, dilecta leyente, a pesar de hallarnos en pleno siglo XXI, disfrutando de la ciencia más avanzada y la tecnología jamás imaginada, seguimos siendo esclavos de antiguas y extendidas creencias contrarias a la razón, como es la superstición.

Basta abrir cualquier periódico o conectar la televisión para encontrarse las más variopintas ofertas de chamanes, brujos y demás visionarios, dispuestos a adivinarnos el futuro, cuando lo que aseguran es el suyo, a cuenta del “pringao” de turno.

Desde el punto de vista legal, estos gurús de pacotilla podrían incurrir en los delitos de estafa o de intrusismo, a cuyo engaño colabora, siquiera sea de forma indirecta, el medio que les da pábulo, y la ingenua creencia popular de que lo que sale por la tele goza de la presunción de veracidad.

En los periódicos es habitual una sección denominada horóscopo, que en base a tu signo zodiacal te augura como te va a ir el día. Bueno, a ti y a todos lo que han nacido en dicha parcela astrológica, incluidos políticos que tienen que tomar importantes decisiones. A todos por igual, independientemente de la edad, sexo, residencia, etc. Claro que, dependiendo del diario que cojas, la caprichosa fortuna puede inclinarse a favor de uno u otro signo.

La cosa no pasaría de ser algo inocuo, divertido e incluso enfervorizante  para el julay que lo lea; lo malo es cuando te dice que vas a enfermar, que te van a poner los cuernos, o que es el momento de invertir; lo que puede dar lugar a situaciones y reacciones imprevisibles. Y es que el hombre de hoy, a pesar de vivir en la era de las comunicaciones, se siente más inseguro y solo que cuando utilizaba el humo como facebook, convirtiéndose en presa fácil de estos embaucadores, dándose la paradoja de que se ha liberado de la religión tradicional para volver, a través del túnel del tiempo, a la isla Elefantina egipcia o al Palatino romano y su idolatría pagana.

Volvemos a la época de los augures y los arúspices, maestros de las ciencias adivinatorias, que basaban bien en el estudio del vuelo de las aves o el análisis de las vísceras del animal sacrificado. Sus predicciones solían tener gran transcendencia política, incluso algunos gozaban de gran prestigio, pero también eran sobornables mediante el clásico convoluto.

Sus descendientes lo hacen echando las cartas (cartomancia) o analizando los posos del café, mediante la bola de cristal, o leyendo las líneas de las manos (quiromancia) y sus servicios son de lo más disparatado, desde sanar una enfermedad, hasta solucionar un mal de amores. La cuestión es desplumar al “nota”.

Algunos de los más sonados terminaron en los tribunales, acusados de estafa. En un caso, el marrullero se había comprometido a curar el cáncer a cambio de una millonada; como el cliente terminó criando malvas, sus afligidos parientes lo denunciaron por engaño. Pero como el Código penal exige que el engaño sea “bastante”, los togados consideraron que dada la profesión de la víctima, conserje, tenía que saber que el cáncer no se eliminaba con magia (sentencia de Martín Pallín); por lo cual no existía el delito. 

No se tuvo en cuenta que en dicha situación de angustia, para evitar que la fea tía de la guadaña te escoja de compañero para bailar el pasodoble, uno se aferra a cualquier solución que le propongan, con las facultades volitivas e intelectivas, cuanto menos, mermadas, y de ello se aprovechan estos hijos del averno. Incluso, podría darse el caso de concurrir un homicidio por omisión, si con su excluyente actuación se impidió que fuese tratado por profesionales de la medicina.
Otro caso, bien distinto, es el del que acude al chamán para que, convertido en alcahuete, mediante determinados sortilegios consiga que una dama se rinda a sus encantos, o que al salir de la “consulta” se vaya a encontrar a una rubia, de 20 años, con medidas de modelo y multimillonaria que, perdidamente enamorada, le va a suplicar amor. Estos sí que deberían hacérselo mirar. 

Lo acongojante sería si entre los clientes habituales de estos hechiceros hubiese personajes como Pedro Sánchez o Pablo Iglesias.

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