Opinión

Caminemos juntos en la solidaridad

La lucha contra el coronavirus ha disparado la solidaridad humana en todo el mundo. Solo faltan aquellos que han decidido hacer la guerra por su cuenta y los que siguen aletargados por la fascinación de la autocomplacencia.

    Si falla la solidaridad en los momentos decisivos, estamos perdidos. Con las manos unidas el mundo siempre salió adelante. Esta confianza ha de alimentar  estos días tristes de muertes y contagios por el coronavirus.

Días duros como éstos nos enseñan que la vida es una realidad compleja sostenida por la colaboración de elementos diversos. La vida desde su alumbramiento es frágil y necesita ser protegida. 

Las sociedades modernas han alumbrado de muchos modos la realidad del bienestar. Nunca antes tantas personas pudieron disfrutar de las necesidades y de las satisfacciones que hoy están a nuestro alcance. Esto es verdad y  es algo que nunca agradeceremos lo suficiente, pero no es todo. Para vivir se necesitan más cosas, entre ellas mucha solidaridad.

La solidaridad humana no está en el mercado, no se la puede comprar ni vender. Nace de  corazones libres entrenados para compartir el bien. No se aprende solo mediante discursos bien construidos ni por el influjo de proclamas estereotipadas, sino que su escuela indispensable es la convivencia real de todos los días. La solidaridad se aprende compartiendo, conviviendo.  

Nadie  puede pagar el riesgo que supone acercarnos al que te puede contagiar. Esto lo están haciendo miles y miles de personas en todo el mundo para limpiar, curar y alimentar a los enfermos contagiados del coronavirus. Son actos heroicos que, por serlo, suceden en momentos extraordinarios como los que estamos viviendo. Para estos momentos uno se  ha de preparar en la escuela de la vida.

Una de las más importantes tareas de la escuela de la vida es enseñar y sostener la solidaridad. El egoísmo es un desarreglo individual que configura una sociedad enferma y podrida por dentro. No hay enemigo tan poderoso contra la dignidad humana como una humanidad salvajemente egoísta. El gran reto de una sociedad justa es combatir la avaricia de los que todo lo reducen a su interés propio. Por eso el futuro del mundo depende de la solidaridad que debemos aprender y enseñar. Sí, la solidaridad se enseña y se aprende. Una sociedad sana se ejercita y se prepara para compartir generosamente los bienes esenciales.    

Un mundo tan marcado por la desigualdad social , además  de injusto, no es sostenible. Para la sociedad, la solidaridad no solo es algo imprescindible hoy, sino urgente. Es posible que un golpe como éste nos ayude a comprenderlo.

El Papa Benedicto XVI dejó dicho en la Encíclica “ Caritas in Veritate”  que hay “ una urgente necesidad moral de una renovada solidaridad”.
Estamos llamados a educar en una renovada solidaridad. La sociedad lo ha intentado siempre con muchas dificultades. Porque para sostener la solidaridad hay  que formar en valores. Y a la hora de proponer valores respetados por toda la sociedad hay que mostrar mucha generosidad social y mucho realismo humano. 

En el horizonte del relativismo de nuestra cultura, educar  en valores es una tarea especialmente necesaria . Este es  el camino para alcanzar una renovada solidaridad   con un  diálogo social profundo y sin cortapisas, franco y sin miedos. También sin intereses.
Sin duda, este es el camino que nos espera después de todo lo que está pasando.

(*) Obispo de Tui-Vigo

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