Opinión

El voto basura del militante

Los líderes políticos de los partidos muestran su mayor grado de autoridad a la hora de elaborar las listas electorales. Estar o no incluido en la lista no es lo más importante, sino situarse en un lugar con posibilidades de salir elegido. Y es ahí donde se producen las liturgias que envuelven el autoritarismo de los líderes: primarias provinciales, asambleas autonómicas, consultas, envío de intermediarios y un largo etcétera, que se resume en que, al final, se ejecuta la voluntad unívoca del líder.
El voto del militante es un voto basura, que ni cuenta, ni importa, excepto porque su participación aporta el barniz a una democracia interna que no existe. El militante es el efugio de la autoridad absolutista, y al militante hay que halagarlo en mítines y reuniones para que olvide su condición lanar, pero desde luego, ni solo ni en compañía de otros, va a ser capaz de torcerle le morro al líder y su núcleo duro.
En este sentido es mucho más gratificante ser socio de un club de fútbol que militante de un partido político. Es verdad que siendo militante sientes los colores de la formación política, pero sólo celebra un partido cada cuatro años, mientras que si eres socio de un equipo de fútbol, juega casi todas las semanas y, encima, aunque pagues una cuota anual, las entradas te cuestan mucho menos dinero que si no fueras socio. Más aún: en los clubes que todavía no se han convertido en sociedades anónimas, todavía te cabe el inane privilegio de que un candidato a la presidencia te llame por teléfono para solicitar tu voto. Mira, es un detalle, que los líderes de los grandes partidos jamás proporcionan a sus militantes. O lo dejan en manos de monaguillos de confianza o, simplemente, ya saben que en las democracias internas las habas siempre están contadas, y el voto militante es sólo una ilusión cortés, pero que, en fondo, corresponde a su condición de voto basura.

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