Opinión

Vivos y muertos

Está resultando muy viva esta semana dedicada a los muertos, gracias a la insólita resurrección de Franco llevada a cabo por este Gobierno. Es lógico que la vicepresidenta, Carmen Calvo, ante la dificultad por resolver un problema que renueva cada día la popularidad del muerto, recurriera a entrevistarse con los especialistas del más allá, y por eso, fue a Roma. Si te duele una muela te vas al dentista, y si no sabes qué hacer con un muerto vas a los profesionales, y en el Vaticano los hay muy variados. Lástima que la vicepresidenta, que no suele acudir a consultas de teólogos y sacerdotes, no entendiera bien su lenguaje, y el dentista, perdón, quiero decir el cardenal, tuviera que matizar su diagnóstico.
Por si fuera poca la complejidad del asunto del muerto, encima el Gobierno se ha dado de bruces con una circunstancia en la que no habían caído: el muerto tiene familia. Como todos los muertos, sean conocidos, anónimos, tontos o listos. Y todavía peor: acostumbrados a resolver cualquier problema con un real decreto, resulta que no pueden suprimir la existencia de la familia del muerto, aunque lo ordenen en el Boletín Oficial del Estado. Y es entonces, cuando la Vice, muy viva ella, dice que se puede impedir que la familia del muerto cumpla con su voluntad, porque el Gobierno tiene la obligación de evitar futuras exaltaciones. O sea, la injusticia preventiva. Si esto se aplica al Tráfico, el Gobierno, que tiene la obligación de impedir la conducción con un trago de más, puede decretar que sólo se venda alcohol a los que no tienen carnet de conducir. Por si acaso. Y, en estas, llega un tonto contemporáneo, aspirante a sacarse el carnet de profanador de tumbas, y pinta una urraca, que dice que es una paloma, en la lápida del muerto. La criatura debía tener seis años cuando pusieron esa lápida. Pero está muy dolido. Es lógico pensar que en este país haya gente que crea que así no hay quien viva.

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