Opinión

Provocación sin respuesta

Ni en el archipiélago canario, ni en la península, se han tenido noticias de algún tipo de reacción. Y se hubiera sabido, por lo insólito, y lo insólito siempre es noticia, pero en ningún lugar se ha producido la quema de una bandera catalana, ni se conoce a ningún concejal, diputado autonómico, militante de partido o ciudadano de a pie, que haya procedido a grabar con el móvil el acto de mearse en la estelada. Nada. Y no hablo de quemar una fotografía de Puigdemont, porque encontrar en el resto de España una fotografía de Puigdemont es tan difícil como comprar un capote de toros en Cataluña. Además, en Cáceres o en Tenerife, mencionas a Puigdemont y hay mucha gente que se cree que es una montaña que suben los corredores en la Vuelta Ciclista a Francia.
Es más, en el ataque al cuartel de la Guardia Civil, los disciplinados agentes ni siquiera salieron a saludar a los manifestantes que tanto les odian, con lo que hubieran agradecido un disparo al aire, por fin la represión, y la vuelta de ese tipo, Franco, que no sufrieron, y resucitan a diario.
Debe producir bastante frustración dedicar parte de esta corta existencia de la que disponemos a la ejecución de gilipolleces variopintas, como quemar fotos o rasgarlas, o insultar a los compatriotas, y no obtener ni un mínimo porcentaje del odio destilado. Es probable que un día, como el tío al que le dijeron "cara anchoa", alguien suelte una ostia, pero hasta el momento no ha habido manera de estimular una reacción. Hay que reconocer que como nacionalistas no se sabe si son buenos o malos, pero como provocadores son un fracaso, y yo no los contrataría, ni para un programa de televisión. ¡Pobres frustrados! Ni siquiera les meten en la cárcel. Con cargos, sí, pero libres. Hay siglos que todo sale mal.

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