Opinión

Predicar y dar trigo

De la paz, como del fútbol, habla todo el mundo. La diferencia es que hablar de la paz es incluso menos complicado que hablar de fútbol, porque pedir la paz te evita meterte en sistemas tácticos, alineaciones y otros compromisos. Pide la paz el Papa Francisco y el concejal de Podemos, aunque el Papa ha tenido la posibilidad de decírselo a una especie de Iman papal, y en su tierra, lo que indica más valor y relevancia, por muy relevante que sea para la Peña ser concejal de Podemos.
El problema estriba en que la predicación es muy descansada, pero luego hay que poner manos a la obra para que esa paz sea duradera y universal. ¿Es más eficaz dejar que el obeso tirano de Corea del Norte haga las pruebas nucleares que le vengan en gana o sería más eficaz acudir al lenguaje que entienden los matones? ¿Queremos un Ejército Europeo -"si vis pacem para bellum"- que preserve nuestras libertades y nuestro sosiego para no depender de Estados Unidos, o dejamos que el soberbio autoritario haga lo que le dé la gana y bombardee a nuestros vecinos, cuando le salga de la punta de su inacabable soberbia? 
Desear la paz es sencillo y, además, tiene buena prensa, como desear que los ideales ecológicos se cumplan. Lo que sucede es que esos universitarios, que se ofenden mucho porque los agricultores matan con insecticidas a los pobres escarabajos que se comen las patatas, hacen una fiesta en la "facu" y dejan el recinto como si un ejército de guarros hubieran asolado el campus.
Es curioso que se conmuevan tanto por la suerte del buitre leonado y, a la vez se permitan convertir un espacio común en un muladar repugnante. Al fin y al cabo, el hombre es lo que hace, y como decía Sartre, responsable de sus actos. Y se le juzgará antes por el trigo que conceda que por los anuncios que haga.

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