Opinión

VA DE ALFONSOS, NO DE PERROS

Estaba yo apoyado sobre las barandillas férreas que conocemos como 'las allfonsinas', contemplando esa belleza azul (y grises a veces) del mar de nuestra ría, cuando se situó a mi lado un señor que me era un poco conocido, así como un paisano visto más veces.


Y no acertaba a saber quien era pero yo tenía la seguridad de haberlo tratado antes, muy antes.


¡Toma!, me salió de dentro: este es nada menos que su majestad el Rey don Alfonso XII ?que en gloria esté el cual estuvo algunas veces merodeando-, merodeando en el sentido pacífico, no en ese otro arte que se temen, los que se apoderan por las noches de lo ajeno, o que han visto fácil ese momento por las atardecidas nocturnales-.


Quise acercarme a la ilustre persona pero al conseguirlo se me esfumaba el fantasmal pesonaje hasta que muy discretamente me dirigí con voz potente:


-'Majestad, Majestad? Con todos mis respetos me ofrezco a su servicio


para todo aquello en que pueda servirle?'


Con una voz grata Su Majestad díjome:


-No es mala la idea porque cuando le dí el nombre mío a esta avanzada hermosa, -quien lo diría-; se verá con el tiempo, hijo? Pensé yo que se podría hacer una rambla invitadora por la cuesta bella y verde?


-Majestad; no tenéis más que pedirlo?


-No hijo? Y perdona la frase. Los reyes pedimos y luego, a través de los políticos, ¿crees que saben lo que leen, piden? Lo que piden y no leen suele ser de muy larga confección aunque nosotros lo vemos en algunos minutos. Claro, hombre?


-Majestad: Yo creí ?aclaré, sí, sí- que los superiores eran gente preparada.


-¡Pechés! Pero ten paciencia. Vigo seguirá andando. Palabra de Rey. No habrá dudas, no? Un día te cuento la historia de cómo se montó todo esto del Paseo de? de mí, vamos.


Te puede interesar