Opinión

Noviembre, siempre recuerdos melancólicos

Lo que me cuenta muy seriamente mi querido Dani no es una invención. Él no dice mentiras nunca y estas narraciones me costarían trabajo creerlas, como verídicas, porque esos cuentos suelen ser invenciones que, en los periódicos, sitúan los escritores pues en estas fechas recuerdan historias de muertos para encajar el ambiente. (Aunque pasados unos días si te he visto no me acuerdo.)

De todos modos, aunque Dani no es un simple cuidador de los hábitos o costumbres de nuestros amigos o parientes es muy comedido en sus visitas al cementerio los días –como muchos jóvenes, ya saben ustedes, lectores-, y cuenta sus odiseas con estilo y… gracia.

Suele empezar cuando en compañía de un pariente o un amigo, impávido, dice mirando a sus cercanos en un entierro, muy rodeado de coronas, de ramos de flores y de oraciones dictadas por señores, curas, monagos, acompañantes varios, todos denotando el amor con que adornaban a sus difuntos y, ¡entonces!, alguien decía con una voz no muy alta pero sí muy clara: “Hay que ver… ¡Qué cara está la muerte…!”

Un día, de Difuntos, en el cementerio, cuando aún no se llevaban dentro los automóviles, pero sí hasta la gran plaza que abría el solar del cementerio, ya atardecido, me dijo: “¿Nos vamos?” Y se fue hasta las cercanías de la puerta de hierro y al pasar por ella, se detenía al lado de los coches fúnebres tan bellos –las carrozas-, con sus cuatro columnas y al conductor en el pescante –bien trajeado, de luto-, le gritaba alzando la mano con el dedo pulgar en ristre, varias veces-: “¿Puede llevarme al centro?” –E insistía-: “¡Estop, estop, estop… prego…! ¡Por favor, prego!”

También solía recorrer todo el recinto deteniéndose en los lugares de buenas tumbas de piedra tallada o grandes nichos con placas marmóreas cuyo texto decía en voz alta como si fuera miembro de aquella triste familia. Porque en voz alta leía los trozos de palabras que en su día fueron seguramente usadas. Hoy, el tiempo se ha llevado muchas letras de bronce y él alzaba su voz: “Rezad en cari- ad por el a-ma de D. osé Mart- nez -ópez que se fue para s- empre e-l día 3 de agost- de 1- 39”

Y luego se santiguaba..

En fin; los vecinos cercanos miraban con pasmo los gestos y las voces que daba mi amigo sin mejorar el texto que podría haberlo hecho pues al fin y al cabo no eran muchas las letras que se podían haber leído aunque no estuvieran todas.

Pero algunos asistentes sonreían quizá con el consuelo interno de que sus allegados difuntos estaban bien cuidados y oraban por el alma del familiar “Ora pro nobis”, con el que remataba mi amigo en voz más alta.

En fin: aunque han pasado unos días, las flores y la limpieza y el orden, aún lucen el cementerio. y valga, siempre, el “requiescat in pace”.

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