Opinión

Clérigos, amantes y patriotas

Es bastante normal  eso de contar, tener buenas relaciones con algún clérigo porque su capacidad transmisora,  su amor a las causas y necesidades justas y propias de su oficio; la posibilidad de extensión de sus fuerzas que su  mañosa y pacífica actividad sabe realizar en formas de ayuda para rematar posturas desagradables o injustas y la suerte de  ser un cura valiente para resolver problemas un “poco bélicos.”
Y hay casos conocidos, -¡conocidísimos!- de curas que apoyaron a los luchadores españoles en la guerra y… no pasó nada. La clerecía estaba a favor de la causa cristiana que normalmente no fue -que se sepa- dura o enemiga cruel de las  pretensiones de los clérigos, que entonces –y ahora- tienen siempre buena gente entre sus jefes, ¿o no?
Dejando a un lado al cura Merino, regicida, ¿no hubo muchos a favor de los santos y de la Iglesia?:. El abad de Valladares, el de Couto, el de Melide, el cura de Molíns y alguno más que ahora no recordamos. (Y en Vigo también hubo, aprieto):
El capellán del Regimiento de Córdoba andaba en las aguas del Pacífico con sus brillantes triunfos en el Callao, en la Escuadra Española que dirigía heroicamente  don Casto Méndez Núñez, el cual era hijo de la “Noble, Leal y Valerosa Ciudad de Vigo”.
El capellán, poeta, músico y valiente luchador no quiso dar su nombre para las canciones  y para algunos poemas que escribió y así se fue perdiendo el valor de las creaciones..
No importaba: a él le bastaba el servicio a la Iglesia y a España y no quiso usar su nombre hasta que con el tiempo ajenos iban a dejar de hacerle caso porque las obras merecían, por su la bondad, haber vivido siempre.
Pero el autor tenía el sentido de la colectividad creadora y no la del mantenimiento eterno en los hechos heroicos.
En resumen: el Concello vigués quiso exaltar la figura de clérigo y se tomó nota y guardó (y dicen los papeles que eran auténticas obras artísticas). Pero con el tiempo desaparecieron música y poemas. Ni el regalo se encontró. (Amigos de el autor conocían su sencilla manera de ser y la humildad se impuso..  Y así fue... Después de 1866 ya apenas sabía nadie nada. Ni recordaba.
Pero un servidor y ustedes vamos a escribir y airear que el autor era el capellán don José Codina.
Salvemos pues el valor de sus obras heroicas, militares,  poéticas y, sobre todo, la humildad y dignidad de un buen  cura.  Amén.

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