Opinión

Dos vidas bajo un signo

Ambos se llaman José. Ambos se apellidan García. Ambos son cirujanos. Ambos tienen más o menos la misma edad. Ambos dejaron una impronta imborrable de buen hacer y bonhomía allá donde estuvieron. Ambos son mis amigos. Dos vidas bajo el mismo signo: el signo de la admiración que les profeso.
A José García Buitrón poco menos que lo conocí echándole de comer un hígado a los peces. Empezaban los trasplantes en Galicia. El helicóptero se había averiado. El teléfono móvil era todavía una entelequia. Anochecía. Había que caminar campo a través, con el órgano ya isquémico, o dejarlo en aquel acantilado a merced de curiosos y alimañas. Buitrón no se lo pensó dos veces. El hígado describió en el aire una elipse de fatiga y se hundió para siempre en el Cantábrico. 
Después le acompañaría en muchas extracciones: esquejes de vida para trasplantar en otras que se extinguían prematuras. Iba con mis galones de piloto; veía el frenético latir de los corazones tras el esternón abierto, y aun hoy no me explico cómo no vamos por la calle dando botes. ‘El Buitre’, así le insultamos los que le admiramos, me involucró de tal manera en su pasión por salvar vidas que jamás dije que no a ningún vuelo, aun cuando la adversa climatología del Noroeste convirtiese muchas madrugadas los cielos en un magma incandescente. En más de una ocasión me quedé a dormir en su casa, en A Coruña. No hacía falta anunciarse; no importaba la hora que fuese; solo había que empujar, entrar y acomodarse, porque jamás cerró la puerta con llave. Ni la de su corazón a nadie. Cómo será este hombre que, basta mirarle a los ojos, anda por ahí como si nada llevando un cielo azul bajo sus párpados.
Al José Luis García Sabrido lo conocí en su despacho del hospital Gregorio Marañón, en Madrid. Acababa de extraditar del más allá a Fidel Castro. Se trataba de escuchar una tercera opinión. En Vigo me habían desahuciado. En la clínica Quirón, en Barcelona, me habían estafado. Sabrido tomó un folio y me pintó la vida en un minuto: “Tienes un tumor aquí y otro aquí; un posible implante en la cicatriz de tu primera intervención, en este lado; cortaremos por aquí, por allá, por acullá; te aplicaremos quimioterapia, con temperatura, en la misma mesa de intervención, y en un mes estarás de nuevo en casa”. Os juro que iba decidido a decirle que no. Que gracias. Que prefería tener calidad de vida mientras durara. Que había ido a verle por no defraudar a mi esposa. Pero fue ver el columbino revolotear de sus manos sobre el folio y ya me pareció ver una ramita verde olivo de esperanza en sus palabras: tan didáctico, tan cabal, tan diáfano que parecía hecho de claridad, como entallecen los árboles. Aquí me tenéis, vivito y alucinado, después de casi tres años.
Hace tres semanas, cuando le pedí que viniera al Foro La Región, me mandó el siguiente WhatsApp: ‘Hola Julio, a primeros de febrero andaré por Lesbos. La segunda quincena podría ser. Dime el formato del evento. Si tú eres el modelador no hace falta guión; temas calientes: la medicina, la política, Cuba, el envejecimiento, la amortalidad, la demografía imposible…’ Y yo pensé: de la abundancia del corazón habla la lengua. Este hombre es un fenómeno.  
El próximo jueves los tendréis a los dos en el Marcos Valcárcel, en Ourense. Venid.  Preguntadles lo que queráis: de los trasplantes, del miedo a morir, del desamor o de la vida. En estos tiempos de juvenilismo, alharaca y zumbido de latas arrastradas, merece la pena escuchar a los que ya vienen de vuelta del jolgorio de la farsa.

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