Opinión

Un festín de muerte

“Le estaba esperando para cenar” (Hannibal Lecter)

Llegó como ladrón en la noche. A la hora que quiso, a la casa que quiso; si acaso con más descaro que otras veces. Dama de poder infinito nadie puede mantener la distancia social ante su acoso. Sopla su hálito en las nucas.  

 Íngrima, esquelética, espectral, a horcajadas sobre un rocinante alado magro en carnes, en su hombro lleva un buitre carroñero. Viste el uniforme propio de su oficio: capucha, capa y guadaña. Nadie osa mantenerle la mirada. Algunos la llaman “novia”, otros “descanso”, otros “solución a los problemas”. La mayoría no quiere ni oír su nombre. 
 

Hace meses que merodea con insistencia por el barrio de los desesperados. La peste ya ha pasado. Pero ahora no hay trabajo, escasean los alimentos, crece la especulación, la gente come promesas ya resesas y muchos se fueron a vivir al campo del que desertaran sus ancestros. Los dirigentes siguen sembrando patrañas. El odio, sin cartilla de racionamiento, es el único condumio que se reparte con profusión entre la población atormentada. 

Ella pasa burlona, con su sonrisa forzada, su guadaña y su intención aviesa. Los vecinos también trajinan algo: se acabó el sonreír de los valientes, como si se tratara de una hermosa dama; se acabó el plañir de los cobardes, como si con ello pudiesen compungirla; se acabó el agachar la cabeza, de los pusilánimes, buscando pasar desapercibidos. La hambruna es tal que ya nadie finge nada.

Hay quienes empiezan a ver a la flaca como un regalo de la Providencia. Muchos la miran con complacencia. Los más osados la piropean, se pasan con fruición la lengua por los labios y le gritan a su paso obscenidades escatológicas: “Estas para comerte con capa y todo, aunque me pasase un mes cagando trapos”. 

Cuenta la (predictiva) leyenda que alucinados por la gazuza, una noche los paisanos se precipitaron sobre la de la guadaña, la desnudaron, la trocearon con su misma hoz, la cocieron a fuego lento y se dieron un festín a base de sopicaldo de huesos, cartílagos al dente y delicatesen de casquería añeja.

También cuenta la leyenda que después de zamparse a la parca se vinieron arriba: ¡A por los políticos! ¡A por los políticos!, gritó enfebrecida por la saña la marabunta: dicen que ni uno solo quedó para simiente. 

Hubo denuncias. A los paisanos los acusaron de canibalismo. La justicia investigó los hechos. Pero para entonces ya renegara de sus colegas políticos la Fiscalía. “Comer a quien te come no es delito”, declaró a la prensa. Las televisiones blanquearon aquella atrocidad sin ni siquiera pedir a cambio subvenciones. Había nacido un nuevo sistema de gobierno: “Organización sin autoridad”. 

A esta leyenda algunos la llamaron profecía.   

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