Opinión

Soy un machista "low cost"

Soy un machista low cost. Por eso me engancho en las piernas de cualquier sonrisa. En los escotes de cualquier mirada. En las cremalleras, rotas, de cualquier desigualdad. Por eso le levanto la falda a la mentira, y miro -y me duelen- prendas falsas, y manoseo cualquier consigna feminista -la otra jeta de la moneda- que reivindique la rivalidad. Por eso cual albañil en andamio me subo por las paredes y le silbo a toda discriminación que se menee, por muy tipo positiva que se muestre.   
Soy un machista low cost. Por eso en ‘La vida al  vuelo’ le canto a las libélulas que  revolotean sin saber a dónde van. A los futuros que tienen alas de plomo. A los loros que no callan. A los estorninos que no hacen más que ladrar. Al gay-trinar –triste- de los 140 caracteres, lleno de armarios cerrados a cal y fobias para quien diga lo que siente si es  hetero en el pensar.
Soy un machista low cost. Por eso le meto mano a la demagogia cuando la encuentro en la escalera de la patraña, o cuando la sorprendo en la esquina de la trampa, o en la calle oscura de la hipocresía, o al amparo de la estupidez en un portal. Así me escupa: ‘parimos, ergo decidimos’; así me arañe con su argumento ad hominem, falaz; así me eche el hálito del asco entre las cejas por tener distinto cromosoma, o amenace con sentarme de una hostia del código penal. Así me chille con su recochineo feminazi: ‘¡por aquí se va a Madrid!’; siempre y cuando no sea a la cárcel provincial.
Soy un machista low cost. Por eso le controlo las llamadas -a la guerra- a los indignados e indignadas que delimitan con una ‘a’ o una ‘o’ sus preferencias; o con consonantes malsonantes: ‘hache, jota, pe’ las diferencias de género; o con preposiciones: ante, bajo, versus, tras,  el  revuelo de los machos y las hembras. Y aunque todo paquete, en principio, les parezca  sospecho, yo distorsiono aún más el ‘homo homini lupo’ de Séneca contra Plauto, y digo que ‘la mujer debe ser algo sagrado para el hombre’. Y me quedo tan tieso y tan rampante.  
Aunque el odio, como las sirenas, no tiene sexo. Por eso, como Ulises, no merece la pena sucumbir a sus encantos. El alma, como los ángeles, tampoco. De ahí que mi machismo sea low cost, y carezca de función eréctil. 

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