Opinión

Sobrevivir no es lo mismo que vivir

El amor no se considera un sentimiento honorable en el otoño de los hombres; envejecer no reviste glamour, aunque simular lozanías es todavía más patético que disimular menoscabos. Añorar el pasado es correr detrás del viento. 
Reo del más allá, tocado por el sarmentoso dedo de la parca, a mí sólo me redime lo bailado ¡Oh alado y veleidoso sino! ¿cuándo aprenderán esto los mortales?, ¿cuándo a disfrutar la vida, a no fiarse del mañana incierto, a tener presente el cada día? El tiempo vuela. La diosa del amor no es propicia a los provectos. Y sobrevivir no es lo mismo que vivir. Carpe diem.
 “Cotidie morimur, cotidie conmutamur et tamen aeternos ese nos credimus”, cada día morimos, cada día cambiamos y sin embargo nos creemos eternos. Somos arena al viento y sin embargo dilapidamos el tiempo en lamentar pasados, malograr presentes y elucubrar futuros; creemos invertirlo en progresar hipotecando vida y salud para pagar lo que no necesitamos, cuando el vicio del ocio es más beneficioso que la virtud del estrés. ¡Vivir!, es la única divisa dable a los humanos. La vida es la única pasión que debe ser experimentada en primera persona. 
La vejez es un regalo envenenado; una segunda floración de insomnios, achaques, desesperanzas y olvidos; una especie de sarna con gusto de la que ni siquiera todo el mundo puede disfrutar el prurito. Pero el tiempo no nos ignora, aunque malvivamos en la parte lóbrega del día a día. 
Estamos hechos de miedos: a los dioses, a la soledad, al qué dirán, al más allá; la vida es un camino no un calvario, tenemos que disfrutarlo a medida que lo vamos recorriendo no vaya a ser que en llegando las vistas sean horrendas o nos perdamos hasta de nosotros mismos. Pleamar en continuo retroceso, de la vida solo nos quedará, con suerte, la espuma de los descorches con que hayamos ido brindando mientras la saboreábamos.
¡Ah, los recuerdos!: esa especie de post data que todos llevamos dentro y que nos devuelve la lozanía ya marchita. La mente no envejece, el amor no tiene acta de nacimiento ni fecha de caducidad, los asuntos del querer son más sensatos en la edad madura. Tal vez. Pero el sentido que más perdura con el paso de los años es el tacto: palpar arrugas, lunares, eczemas y huesos deformados, no me seduce. Por eso ahora prefiero recordar, porque, como la vejez, los recuerdos provienen de la vida. 
Entre el milagro de vivir, el exprimir cada momento de la vida, el revivir lo vivido y el vivir ya de milagro, friso los doscientos años. Ahora toca meter mano a la pubescente eternidad, ojalá se ofenda y me devuelva de una hostia para este lado. 

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