Opinión

Si yo fuera madre

Una madre es remanso y remolino, volcán y flor, acero y algodón, juez y parte, huracán y calma chicha. Y es alfa. Y es omega. Se levanta antes que el despertador, se acuesta cuando los demás van por el segundo sueño. Pasa la vida en vela.

Una madre cuida de sus hijos, ennoblece a su familia, atiende a sus vecinas, hace la compra, la comida, pone la mesa y antes de sentarse con todos a comer aún tiene la coquetería femenina de retocarse el cabello.

Una madre enciende los labios con carmín, echa un chal sobre los hombros y sabe hacer magia con el rostro (aunque lleve una semana sin dormir pensando en cómo redimirte) cuando va a hablar con tu profe, tu entrenador, o dios bendito si se tercia. Una madre es una madre. Punto. Y una empresa de madres, si su trabajo estuviese remunerado, reventaría el PIB. 

Toda verdad es un escándalo. Y lo que yo trato de exponer puede parecer ambas cosas. Pero si yo fuera madre no compraría detergentes que se anunciasen sólo para marujas; ni juguetes que segregasen por sexos; ni enviaría a mis hijos a colegios que lo hicieran, así fueran los más exclusivos de Suiza.

Si yo fuera madre educaría a los varones en el respeto y la igualdad, sin crear estereotipos de género; no les llamaría “bebé” cuando tuvieran siete años, ni “papi” cuando tuvieran diez; con doce les exigiría que me acompañaran a la compra para ayudarme con las bolsas y bajaran cada día la basura. A mis hijas las educaría en la decencia, sin vestirlas como “Barbies” de pequeñas, ni como “Rosalía Malamente” de adolescentes; jamás las exhortaría a lucir el canalillo para ir a una entrevista de trabajo; les diría que tratasen de ser sencillas como la paloma y astutas como la serpiente para no ser una oveja en medio de la manada de lobos sexistas.

Si yo fuera madre jamás inscribiría a mis hijos en ningún concurso de belleza. No me cansaría de repetirles que amasen sus diferencias, que el pecado está sólo en los ojos de quien mira, y en los de quien sabe descubrirla, la belleza. Y cuando fuesen mayores, a ellos les diría que sólo se uniesen “para siempre” a alguien que quisiera compartir un sueño “a medias”; y a ellas que ninguna fuerza del mundo las obligase a obedecer como autómatas (menos una pareja); que nunca viviesen el amor entre dos como una condena a entenderse y que sólo dejasen subir al carro de su lascivia a quien supiese bajarse con embrujo al túnel de sus piernas. “Solterón” o “solterona”, les diría, es señal de estar en buena compañía.

Pero soy hombre, con perdón. Patriarca genérico confeso. En mi casa se hace lo que yo obedezco.  

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