Opinión

Maestro, enséñate a ti mismo

Si explica el profesor y no entiende el alumno, tonto el alumno; si  explica por segunda vez el profesor y no entiende el alumno, tonto el profesor; y si explica por tercera vez el profesor y sigue sin entender el alumno, tontos los dos. Éramos pocos y parió la covid.

“Habla, para que te vea”, decía Sócrates; sin embargo en los medios de comunicación no suelen entrevistar a profesores obtusos, a alumnos díscolos, a padres brutos, ni a inspectores en la inopia. Hay más secretismo en las aulas que en la casa real. Y bastante más certidumbre que misterio en el fracaso de nuestros educandos. Hablar de exigencia, de responsabilidad, de resultados, sería hablar de “crimen y castigo”; y eso es un “nolli me tangere” para la progresía populista, que es más de aprobado general.

La educación compete a todos. Primero al gobierno de la nación: no al Opus, ni al rojerío revanchista, ni a los proselitistas autonómicos. Segundo a los padres, pero claro, andan muy ocupados esnifando “Gol” o inyectándose “Sálvame”: de tales alcornoques saldrán tales tarugos. En tercer lugar a los profesores. Sí. Pero: ¿Quién motiva al motivador?, ¿quién forma a los que han de formar?, ¿quién recompensa o sanciona según la consecución de objetivos?, ¿quién agilipolla a los que inspeccionan? Por último están las Telebasuras con sus “Estultos, estultas y viceversa” (estultos ya sé que no, pero pocos concursantes sabrán lo que significa viceversa) y sus “licencias para matar” el buen gusto y pervertir la libertad de expresión ¿Por qué no se les exige una programación que al menos no lobotomice a nuestra juventud?

Y ahora sí, queridos profesores; sé que entre vosotros hay auténticos supervivientes, sé que os sentís heridos, pero permitidme que hurgue un poco en vuestra llaga: ¿cuántos estáis ahí por convicción?, ¿cuántos, como el tenista a la red, subís con decisión al encerado?, ¿cuántos os desgañitáis motivando, animando, dando ejemplo?, ¿cuántos recicláis vuestros conocimientos obsoletos?, ¿cuántos preparáis a fondo vuestras clases?, ¿cuántos, siquiera, habéis leído últimamente un libro? Maestro, enséñate a ti mismo.

“¿Cuántos burros sois?”, preguntaba Doña Luz, mi amantísima maestra, a la hora de repartir en la escuela de Gomariz, (un pueblecito perdido cabe la frontera lusitana), la grumosa leche en polvo que enviaban los americanos cuando aquello del plan Marshall. Ella se desesperaba por hacer de aquellos hijos de aldeanos, la mayoría analfabetos, desertores del arado. De allí salimos pilotos, empresarios, farmacéuticas. “¿Cuántos “burros” sois?”, inquiría cada fin de semana, creyendo que su esfuerzo caía en saco roto. “Con usted 15 señora maestra”, le respondió un buen día sin malicia un parvulito.  

Va por ti, mamá, que tanto me enseñaste. Y si es que hay Dios, como tú siempre creíste, intuyo que nos podremos reír antes que tarde recordando aquella época. 

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