Opinión

El general no tiene quien le escriba

Cuando el móvil era todavía una entelequia, el GPS un secreto militar y Galicia un Macondo lleno de caciques, me contrató el Ayuntamiento de Gondomar para transportar en helicóptero a los “Reyes Magos de Oriente”. La Guardia Civil, estaba bajo el mando de jefezuelos (acordaos de Luis Roldán) que, en connivencia con los politicastros de siempre ponían cagadas como huevos prehistóricos. Puro realismo rancio.

Pues bien, me puse el uniforme de comandante al mando y allá que me fui con sus Majestades de Oriente. El campo de fútbol estaba a rebosar. Cientos y cientos de niños aguardaban expectantes al helicóptero. Héteme aquí que mientras me concentraba en la maniobra de aterrizaje, por el rabillo del ojo veo venir a toda (mala) hostia un picoleto que, en un desbarajuste de brazos, casi de náufrago, me hace señas desesperadas. “Pobre –pensé- quiere ayudarme con la maniobra pero no tiene ni puta idea del asunto”. El torbellino generado por los rotores le meneaba la cartuchera y tenía que echar mano a la vez a la pistola y a la gorra, en una contorsión de funambulista bimanco. Desembarqué a Melchor, Gaspar y Baltasar y salí disparado como botellazo de puta, antes de que el “van de verde” aquel se metiera debajo de las aspas del helicóptero. Uf.

Resulta que nada más regresar al helipuerto llaman de la Comandancia de la Guardia Civil, preguntan por Julio Dorado y me acusan ni más ni menos que de darme a la fuga y hacer caso omiso a la autoridad. Y me pasan al susodicho picoleto: “Es que necesitaba comprobar su documentación, me dice. ¡Pero qué documentación!: sabes cómo me llamo, sabes el teléfono de mi trabajo, sabes quién me contrató ¿y querías pedirme la documentación el día 5 de enero, a las 5 de la tarde, delante de cientos de niños llenos de ilusión y de sueños? ¿Acaso pensabas que venía de Palestina? ¿Que necesitaba pasar control aduanero? “Es que me lo ordenó mi teniente”, tartamudeó. ¿Cómo se llama tu teniente? Y claro, tenía yo a la sazón desavenencias empresariales con un cacique local muy amigo de las fuerzas del (des) orden. Tate, tate, blanco y en botella.

El caso es que yo he nacido en un cuartel. Y la Benemérita, lejos de acojonarme, me reconforta bastante más que los políticos de mierda. Los de ahora se rodean de generales uniformados para meter miedo. Sueltan sus paridas vía plasma y luego, según salten las críticas, las van parcheando con incongruencias. Sátrapas, sicópatas, manipuladores de BOE; ni principios, ni escrúpulos, ni empatía. Caminan en la niebla. No aciertan ni cuando rectifican. Sánchez es tan incompatible con la verdad, como la cicuta con la vida; Iglesias, como Cofidis, ofrece pasta, pero no tiene un duro y el General Santiago no tiene quien le crea. Y a esto le llaman poder ejecutivo.

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