Opinión

El sapo alfa

Mujer del siglo veintiuno, sé prudente, elige bien tu príncipe encantado; el sapo alfa es un ser rudimentario, capaz de interpretar un “no” como un cumplido; no le beses por ver cómo reacciona, se puede transformar en un imbécil. 

Así como hay miradas que matan, las hay para espantar a los batracios croadores; ahora bien, diletante proactiva, nunca pierdas tu tiempo en el vis a vis con un idiota; ni te comportes como tal aceptando su insistencia machacona. “Ni lo sueñes”, “ni de coña”, “que te den”; frases cortas, nada de rodeos ni circunloquios, déjale claro desde el principio lo que sientes. 

Los acosadores son como los tumores cancerígenos, se crecen si no los extirpas de raíz. Mantén de par en par las puertas de tu corazón cerradas, sobre todo si de entrada le abriste ya las piernas. No consientas ambigüedades sexistas, ni facecias sicalípticas. Procura que tu lenguaje corporal no incite al devaneo, ni tu conducta a la amargura; tirarte –pongamos por caso- al segurata guaperas de tu empresa, puede llevarte a cargar después con sus demonios; aceptar una invitación al cuchitril de un garrulo para escuchar un vinilo de los Rolling, o no parar a su debido tiempo al baboso de tu jefe, puede asquearte de recuerdos. 

Nunca muestres miedo a quien te intenta controlar. Si es tu novio, amigovio, o tu pareja, y el verbo ya se hizo escarnio, deja claro tu rechazo desde el primer momento. No te líes. No contestes siquiera a sus wasaps; amor con amor se paga y no con emoticonos. Y menos con amenazas. Vive la servidumbre del amor sin ataduras ¿Qué fuerza es esa que te hace obedecer como una autómata, que te anula, te degrada, te maltrata y te destruye? ¿Qué interés se te sigue, Cenicienta del siglo XXI, en esa historia de humillaciones, temores y grilletes así sean de cristal? Basta ya de creer en pajaritos preñados. No eres Dios, no perdones setenta veces siete el pecado de la ofensa. 
Mira a los ojos de quien te acosa. No discutas. Hay silencios que matan por sí mismos. Pero escapa de quien te agrede una primera vez. La segunda será ya culpa tuya. No posibilites, así sea lejano, un futuro de hematomas. Las peleas siempre son amargas, aún aderezadas con la miel de los reencuentros. 

A envestida de hombre fiero, pies para que os quiero. Grita. Corre. Huye. No vuelvas siquiera la cabeza. Si amas el peligro, dilecta milenial, puede que en él perezcas. En el neoliberalismo sexual que revindicas, quien primero se enamora pierde. No te arriesgues a que la tuya sea otra historia cuyo final me abstendré de desvelarte: van miles, y todas se parecen. 

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