Opinión

El día de los pájaros

Be my Velentine” (sé mi Valentín), se dicen unos a otros los estadounidenses –y las estadounidensas- por estas fechas. Y se gastan 19.000 millones de dólares en joyas, flores, mascotas, prendas de lencería, y en enviarse “valentines” (tarjetas, en inglés), adornadas con ribetes florales, corazones o pajaritos. Sobre todo pajaritos. 
 Siempre se ha asociado el amor con los pajaritos; será porque de ellos se nos llena la cabeza en este asunto. “En février, bon merle doit nicher”, dicen los franceses –y las francesas-, y es que en febrero los mirlos y las mirlas se aparean y comienzan a preparar sus nidos. Según una tradición medieval gabacha, el primer pájaro que vea una “mademoiselle” la mañana del 14 de febrero, le indicará el oficio de su futuro marido: el mirlo negro se asocia con un magistrado, el petirrojo despreocupado con un marinero, el jilguero de hermosas alas doradas con un milloneti. Y así. Y me imagino que un cuervo se asociará con un sabio, un mago, un cura, la parca, la suerte aciaga o la propia sombra que todo ello sugiere el crascitante avechucho.
 El día de San Valentín, -como el de la madre, el padre o el de los difuntos- es puro y duro “business”. Y es aquí donde está el busilis. Si quieres decirle a él –o a ella- que la quieres no tienes más remedio que tirar de “credit card” (la tarjeta más sugerente de todas) y pasar por caja. Los pájaros –muy cucos en este caso- son Amazon, el Corte Inglés, Editorial Planeta, Interflora, Intimissimi, Lindt, Apple, Chanel, Tous, etcétera, etcétera, que te desplumarán a picotazos en la medida de tu enamoramiento.
 Cuarenta pavos por prepucio –o por clítoris- nos gastamos al parecer los españoles -y las españolas- en flores, joyas, postales, bombones, peluches y demás símbolos amorosos. Cupido -ese ñoño regordete y volador-, mitad ángel mitad descuidero dispara así sus flechas y vacía de paso nuestro carcaj. Pardillos hay que creen que el tamaño del regalo mide la intensidad del cariño. 
 Y de nada vale convertirse en un espantajo y tratar de ahuyentar a quienes revolotean con su marketing alrededor de nuestra sensatez, porque terminas cagado y aún por encima te llaman miserable. El disfrazado en realidad es el “business”, que lo visten de “love”; y uno pica, claro está, como un pájaro bobo, animado por tantos pájaros –y pájaras- de cuenta.
 En fin, “l’amour est un oiseau rebelle”, el amor es un pájaro rebelde. Ese es el caso.

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