Opinión

¿De verdad toca ahora remozar las fachadas?

La última ocurrencia del gobierno de Pedro Sánchez sería motivo de todo tipo de chistes y bromas mordaces si no fuera por la tragedia que vive nuestra sociedad, ahogada económicamente por la nefasta gestión de la crisis, derivada a su vez de una gestión todavía peor, criminal incluso: la de la pandemia de covid-19. Resulta que para salir del desastre económico actual, los sesudos asesores socialistas van a gastarse el sudor de la frente de los contribuyentes en regar con casi seis mil millones de euros a un sector concreto. Y el sector agraciado es… (imagine aquí un redoble de tambores) ¡el de las reformas domésticas! Recogen el premio Pepe Gotera y Otilio, que ya suben al escenario seguidos por los focos del auditorio y entre los aplausos enardecidos de la ciudadanía, encantada de pagar la fiesta.
Incluso en el contexto de una gestión económica tan desastrosa, pocos despropósitos pueden compararse con este. Sólo el catecismo socialista puede inducir a un error así. Una vez más, a nuestra izquierda le puede la fe ideológica, que la deja ciega frente a la realidad. Sánchez actúa como un clon de José Luis Rodríguez Zapatero, y por ello ha aprobado esta especie de "plan E" circunscrito al ámbito de la rehabilitación de viviendas. Como en aquella torpe estrategia de ZP, quizá el mayor despilfarro de nuestra historia, nos encontramos ahora ante un mero brindis al sol y ante una redistribución alocada de recursos ajenos para que las comunidades de propietarios cambien por fin ese ascensor que tanto ruido hacía, pinten los buzones a gusto del presidente o limpien la fachada ennegrecida por la contaminación y los años. Son todas ellas tareas perfectamente respetables en momentos de bonanza económica, cuando lo imprescindible está cubierto y sobra excedente para lo secundario. Pero maldita la necesidad que tienen los españoles, en este preciso momento, de redecorar el portal o cambiar las lámparas de la escalera. Cualquier ciudadano a quien se le pregunte dirá espontáneamente, de carrerilla, toda una ristra de prioridades mucho más altas que todos podríamos compartir. Y, como cada cual tiene las suyas, lo justo sería que el gobierno, en vez de decidir en dónde colocar nuestro dinero, lo dejara en nuestros bolsillos para que cada uno lo destinara a lo más acuciante. No somos niños, lo gestionaríamos cada uno mejor que el Estado. 
El intervencionismo siempre es injusto, siempre actúa como un Robin Hood miope. Así, por algún motivo incomprensible se ha sepultado a sectores como el hostelero pero en cambio se va a lanzar billetes desde un helicóptero a otros colectivos, como los electricistas, cerrajeros, fontaneros o pintores de brocha gorda. El ciudadano común estará en un ERTE o en el paro, ahogado en deudas y comiendo en Cáritas, pero oiga, el portal de su edificio le habrá quedado como nuevo. Cuestión de prioridades, ¿no?
Y por supuesto, las reformas, que sufragarán en su totalidad los contribuyentes, serán sobre todo para bloques de pisos, ya que los chalés están muy mal vistos por nuestra izquierda radical… excepto cuando los habitan sus insignes representantes. Así que vuelve el ladrillo, pero no para que se construyan más casas, si tanta escasez dicen que hay. Para la izquierda, no es necesario construir: es mejor arrebatarles las casas a los malvados "ricos" (o sea, a cualquier persona de clase media) y legalizar una especie de okupación institucional a cambio de cuatro migajas. El ladrillo de ahora, el del tándem PSOE-Podemos, es el ladrillo de las pequeñas chapuzas que permiten aumentar el número de contratos, aliviar un poco a los autónomos machacados por la cuota abusiva, maquillar las cifras de empleo y de pymes en funcionamiento, y pintar de blanco una realidad tenebrosa. La izquierda, como siempre, es pura fachada. Y ahora le toca encalarla, porque se le ha aparecido el fantasma de Keynes y le ha hecho uno de sus trucos de magia financiera. Pero la izquierda también es puro cálculo, concretamente electoral. Con esta medida espera retener el voto obrero de nivel cultural más bajo, un segmento que se le está pasando a Vox igual que en Francia se marchó al Frente Nacional. Corren tiempos popupulistas y nuestra izquierda no puede permitir que surja, allende el PP, un populismo igual de irracional y simplista, pero quizá más efectivo a la hora de seducir votantes.
Algún lector despistado podría preguntarse qué mal hay en esta medida si, a fin de cuentas, no pagarán los vecinos del bloque. Pero sí, sí pagarán. Y, peor aún, pagarán también quienes no viven en ese bloque. Lo pagaremos todos mediante impuestos actuales o mediante deuda, que son impuestos futuros. El Estado no crea riqueza, sólo la toma y la reparte, quedándose por el camino la mejor parte para sus gestores. Y lo que reparte, lo reparte fatal, dando más palos de ciego que puntadas con hilo. Pero sí es verdad que, ante una crisis económica tan grave, sólo el Estado puede acometer una tarea crucial, la más importante de todas: apartarse. Dejar de meterse en el orden espontáneo de la sociedad, que en su vertiente económica llamamos mercado. Dejar de jugar a la alquimia económica y a la ingeniería social con el dinero que nos quita. Dejar de intervenir. Dejarnos en paz.

(*) Secretario general de la Fundación para el Avance de la Libertad.

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