Opinión

Vigo, Troya

H ace unas semanas se descubrió en A Guarda una salina romana espectacular, de un tamaño mayor de lo esperado y que los arqueólogos de tres universidades, entre ellas de Vigo, relacionan con un comercio floreciente que se dio entre los siglos III y IV. El yacimiento de A Guarda estaría vinculado a los hallados en Cangas y Vigo, todos de dimensiones desconocidas en el mundo romano, lo que confirma que había un negocio importante y que iba más allá de la extracción de la sal. También en Vigo, en Marqués de Valladares, se han encontrado depósitos de salazón similares a los de Playa Bolonia, en Tarifa, que se sabe se destinaban a la pasta garum, un condimento indispensable en la cocina de la época que hoy resultaría insoportable por su constitución a base de restos de pescado podrido macerados en sal marina...
El hecho es que Vigo no pudo ser una aldea sino como mínimo un punto costero pre-industrial. Los restos que se van encontrando confirman que hay que reescribir la historia, comenzando por el propio nombre, que nunca pudo ser Vicus. Todo indica que el nombre llegaría del pre-romano Vico, que era como se llamaba el monte del Castro. El Cabo Vico en Cíes señala dicho punto. 
El puerto de Vico era Burbida, hoy O Berbés, según la sólida hipótesis de César González Crespán. Y en todo este territorio han aparecido cementerios, puertos, villas, salinas, salazones e incluso una vía, justo frente a la actual Colegiata. No hay otra ciudad gallega, salvo Lugo, donde se hayan localizado tanto y tan variado de la época romana. Luego, desde el siglo IV hasta el final de la Edad Media, el silencio, la nada, salvo las canciones que Martin Codax compuso en Vigo, que ya se llamaba como hoy. 
En este largo espacio, aquella población marítima y pre-industrial al pie del Castro prácticamente desapareció de la historia y Vico Burbida acabó varios metros por debajo de la ciudad que luego se comenzaría a construir a partir de principios del XIX. Algunos años después y en ese mismo siglo un arqueólogo aficionado, Heinrich Schliemann, el hombre más afortunado de la historia, según la certera denominación del gran Indro Montanelli, se plantaba en una colina turca convencido de que debajo estaba Troya. No era la de Homero la que encontró, pero ésa también estaba allí, incluso más abajo. Como Vigo: debajo se halla Vico y ahora aparece. Continuará...

Te puede interesar