Opinión

Trabajo para el Gobierno

La estadística dice que las cosas están menos mal este año en la autovía Vigo-Porriño, y que las medidas tomadas en seguridad y vigilancia habrían funcionado algo. Pero también que la A-55 se mantiene entre las diez peores carreteras de la red estatal: por trazado, por densidad de tráfico, por sus pendientes y sobre todo por su siniestralidad inaceptable. La autovía nunca tendría que haber existido. Primero, porque nació como el desdoblamiento de una carretera nacional, y segundo, porque cuando se construyó la A-52 Rías Baixas estaba previsto que se alargara hasta Vigo, pero se quedó en Porriño. Hace dos años, en sus últimos meses como presidente, Mariano Rajoy anunció un plan extraordinario de inversiones que incluía un paquete completo para construir el tramo final de la A-52 y acabar con la pesadilla. Ya sabemos qué pasó desde entonces, con la sucesión de gobiernos en funciones y elecciones y la anulación del compromiso, que se cambió por la promesa de una partida en el Presupuesto del Estado. Que no se aprobó.
La nueva autovía costaría unos 300 millones, y en el mejor de los casos habrá que esperar por un Presupuesto del Estado que, de salir adelante, con seguridad estaría desequilibrado hacia el Mediterráneo. Ayer, Feijóo reclamó que se construya la autovía, como estaba previsto, el fin del peaje entre Vigo y Redondela, también comprometido, y que el Corredor Atlántico sea una red ferroviaria de mercancías real y no un dibujo. Estoy convencido de que en esto hay unanimidad en la ciudad.

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