Opinión

O Marisquiño, los toros

Mientras Vigo celebra durante el fin de semana el moderno festival O Marisquiño -ha costado, pero ahí está- a 28 kilómetros al norte volvía a perpetrarse en doble sesión el toricidio. Pontevedra, ciudad de corte conservadora y con alcalde del BNG desde hace 20 años, mantiene la única plaza con feria en Galicia, dudoso honor que ostenta ahora en solitario tras darse de baja A Coruña y poner punto final a la tauromaquia herculina en una decisión sabia. En cambio la Boa Vila mantiene su idilio, ciertamente menguante, pero aún vivo, que impide declarar a Galicia como zona libre de toros sin necesidad de recurrir a prohibiciones. Una pena. 
La pulsión gallega por la lidia ha sido siempre muy reducida -se dice que hay un aficionado y se sospecha de otro-, aunque incluso en Vigo hubo una plaza estable que acabó desapareciendo. Otras estuvieron abiertas en Coruña y en Noia, donde sí había cierto interés, pero sólo la de Pontevedra resiste aunque sus mejores tiempos parecen por fin parte de su historia. El mejor barómetro estaría en la cifra de asistentes, que ha ido cayendo, buena noticia. Y en paralelo también la presencia de la clase política, antes habitual y visible en el coso, ahora ya no porque suena a obsoleto, rancio y feo. En Portugal también languidece la tauromaquia, y ahí está la plaza de Viana de Castelo, que se cae a trozos por falta de uso. 
En total, Pontevedra tuvo este años tres días dedicados a la ceremonia de la muerte. Dicen que hay arte. Quién sabe. Con seguridad hay tragedia y barbarie y mucha sangre. Ahí al lado, a 28 kilómetros, mientras los jóvenes hacían piruetas con la bici o el balón en el entorno del Náutico.

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