Opinión

La visita

Es indiscutible el papel que ha jugado Greenpeace en concienciar sobre los mares, contra la contaminación y a favor del medio ambiente. Su trabajo está ahí y goza de amplia consideración internacional. En lo personal, es mayor desde que en 1985 el primer "Rainbow Warrior" fue hundido en Nueva Zelanda en un acto de terrorismo de Estado a cargo de la República francesa, que no quería ver por allí a los ecologistas protestando contra las pruebas nucleares que a finales del pasado siglo realizaba en sus atolones polinésicos. A resultas, no sólo quedó herido de muerte el barco insignia ecologista, el Guerrero Arcoiris, sino que perdió la vida un cocinero portugués que estaba en ese momento a bordo. No hubo nunca ninguna duda de la autoría del acto: fue una operación preparada y ejecutada por los servicios secretos galos, que en estas cuestiones no suelen andarse con remilgos. Terrorismo de Estado de primera división, no hay otra definición para aquel acto de barbarie. 
Que todo ello sea así, no significa que como cualquier otra organización no esté sujeta Greenpeace a la crítica. Ni tampoco que la ONG sea infalible, como el Papa. Es bien mortal y no en pocas ocasiones ha sobreactuado, probablemente con buenas intenciones porque buena parte de su mensaje se sustenta en llamar la atención con acciones espectaculares, como trepar por una central nuclear, subirse a un petrolero o interceptar un ballenero.  Todo muy visual. Ahora Greenpeace ha iniciado una campaña que se dirige directamente a los buques del palangre de Vigo, algunos de los cuales se dedican a la captura de tiburones, una actividad reglada y que la flota gallega practica siguiendo las normas internacionales de forma escrupulosa. El tercero de los "Rainbow Warrior" estará de visita en Vigo dentro de unos días y la comunidad portuaria y el sector pesquero no le da la bienvenida. Es una visita que parece mínimo poco afortunada, aunque así ha sido y será siempre Greenpeace. 

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