Opinión

Arde el mar

En el Castro, a la lluvia y el sol, llevan desde hace más de medio siglo las anclas y cañones que rescató de Rande la expedición de John Potter, los últimos cazatesoros que se atrevieron a poner en marcha una búsqueda organizada en los restos de los galeones. Potter y sus muchachos llegaron a Vigo a principios de los sesenta y fueron de los primeros que pudieron utilizar los trajes de buceo autónomo patentados por Cousteau, que daban mucha maniobrabilidad y permitían trabajar en mejores condiciones. El resultado de su pesquisas fue interesante desde el punto de vista de la arqueología, pero un fracaso económico al no poder sacar rendimiento ni lejanamente a la empresa puesta en marcha para recuperar un tesoro que nunca existió: el que había fue desembarcado a tiempo y transportado en carros hasta la corte de Felipe V, que así, con dinero suficiente para pagar deudas, ganó la guerra, a cambio de perder Menorca y Gibraltar. Como se ve, algunas de las consecuencias de aquella contienda permanecen en el tiempo. 
En el Castro siguen los recuerdos que dejó Potter del fondo del mar, donde según Ramón Patiño, habría quizá otros 300 cañones. Suficiente material para su extracción, al menos algunos, y posterior depósito en el Museo del Mar de Galicia, donde existe un área de arqueología submarina que es lo único salvable del complejo. De entrada, traslado inmediato de las piezas existentes hasta Alcabre, donde lucirían mucho más. No es un museo de los galeones, pero por algo comenzamos. El Museo del Mar abrió con Arde el Mar, sobre Rande: sin una sola pieza real y fue un éxito enorme.

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