Opinión

Éxito y fracaso del Celta

Carlos Mouriño se enorgullece, no sin razón, de presidir un club saneado como ningún otro, con resultados positivos al final del ejercicio, frente al desastre contable anterior a su llegada que acabó con el concurso de acreedores y a poco con el propio Celta. Todo ello es cierto, tanto como que nadie va a ir a la fuente de As Travesas a celebrar el balance contable. 

Todas las expectativas de inicio de temporada se están cumpliendo inexorablemente. Antes de comenzar la Liga, en esta Redacción habíamos apostado tres cosas: que Coudet caería antes de Navidades, que el club ficharía a un entrenador, probablemente portugués, poco o nada conocido y que el objetivo sería quedar de 17 sobre 20. Las dos primeras partes ya forman parte de la historia reciente; la tercera parecía alejarse tras una racha victoriosa. Pero no: como todos los años, tocará sufrir quizá hasta la última jornada y esperar la salvación por deméritos ajenos. Que todo ello iba a pasar era cuestión de sumar dos más dos, y aunque en el fútbol no suele funcionar la aritmética, algo se puede pronosticar sin peregrinar a Delfos. El Celta perdió a tres de sus mejores jugadores, a Santi por cuestiones judiciales, a Brais, por una mala venta y a Denis, por un disparo en el propio pie. En su lugar llegaron recambios inferiores sobre el papel y en el campo. La ecuación era sencilla: si con una mejor plantilla el Celta podía aspirar a quedar en el medio de la tabla como mucho, con una inferior, y con el jugador-emblema, Iago Aspas, con un año más y “tocado”, solo había un resultado posible. 
Cuando un aficionado celtista ve equipos como la Real Sociedad o incluso el Osasuna se pregunta si no es posible que el Celta sea lo mismo, basado en cuatro o cinco de la cantera y con fichajes nacionales y extranjeros. La realidad dicta que Bajcetic acabó en Liverpool, Brais en la Real Sociedad y Gabri donde toque. El balance contable va bien. Así es Vigo, así el Celta.

Te puede interesar