Las diputaciones no sirven para nada, hay que eliminarlas, nada tienen que ver con Galicia. No lo digo yo, sino el portavoz del BNG en Vigo, Xabier Igrexas, en un pleno donde el propio grupo nacionalista aprobó con el PSOE una moción para que la nueva dirección de la Diputación, ahora gestionada por el PP, mantenga la inversión y los programas del gobierno anterior... del PSOE y BNG.
El Bloque no había abierto la boca en ocho años y se le veía realmente cómodo en la vicepresidencia de la Diputación con el eterno César Mosquera en la garita. Ocho años y ni una queja de la existencia de las diputaciones, ni media de Mosquera, por supuesto, tampoco de Igrexas. Al contrario. Hasta ahora, en que se ha acordado de que siempre ha estado en contra. Y eso que tiene razón tras haber recuperado la memoria: las diputaciones -todas, no las gallegas- son un residuo persistente de una forma de organización administrativa del Estado del siglo XIX, cuando se formaron las provincias siguiendo el modelo francés. Hay que reconocerles su capacidad para soportar todos los cambios, una adaptación al medio que las ha mantenido con dos repúblicas, dos restauraciones monárquicas, dos dictaduras, varias guerras civiles, capaces de sobrevivir en un Estado centralizado y el actual, que avanza hacia una especie de confederación (ya lo es de hecho en el País Vasco). ¿Tienen sentido las diputaciones? Mientras las provincias existan, seguirán ahí, pese a que son fácilmente remplazables. La prueba, las comunidades uniprovinciales, Madrid, La Rioja, Murcia y Cantabria, donde sus competencias han sido asumidas por los gobiernos regionales sin problema.