Opinión

Hace falta un pato cojo

A Mariano Rajoy no le ha ido bien en Cataluña, ni como presidente del PP ni -lo que es más importante para todos los españoles- como presidente del Gobierno. Como subraya en Mundiario el periodista, profesor y columnista David Formoso, la estrategia de Rajoy de no hacer nada, ensalzada por la prensa palmera, ha fracasado. Por ello, la situación para España -no solo para Cataluña- sigue siendo delicada, tanto por la inestabilidad política y mala imagen del país que genera todo este embrollo como por las consecuencias económicas que tiene. A fin de cuentas, si Cataluña no funciona, el motor económico de España se para. Si al 20% del PIB español le va mal, al 80% restante no le irá bien, casi con toda seguridad. Es un problema compartido que exige soluciones compartidas, ya sean definitivas -ojalá- o provisionales, como parece más probable. Pero soluciones, no más tensión. Ni judicial, ni policial ni política.
Como diría, si viviese, el célebre abogado y parlamentario don Manuel Iglesias Corral, "aquí pasó lo que pasó y lo sabemos todos". Por tanto, como pasó lo que pasó, de poco valdrá andar poniéndole antiguos envoltorios ni generando modernas posverdades. Tal vez sea más útil hacerle caso a Pericles: "No se sale adelante celebrando éxitos, sino superando fracasos". Mariano Rajoy bien podría aplicarse a sí mismo todos estos buenos consejos de gente tan ilustre, a la que él seguramente admira y a la que, en el caso de Iglesias Corral, recordará con gran afecto.
Rajoy tiene acreditada capacidad política suficiente, además de buena suerte, para remontar con el PP, de modo que los populares probablemente suban en Cataluña en las generales, al menos lo suficiente para dejar de ser el patito feo. El problema para Mariano Rajoy no es el PP, sino España y su Gobierno, lo cual es una pesada losa, acostumbrado a endosarle los deberes a fiscales, jueces, policías y ayudantes, pero también un reto, que pone definitivamente a prueba su condición de estadista. Dicho de otro modo: si Mariano quisiera sentirse pato cojo, como le pasa a los presidentes de Estados Unidos al final de su segundo mandato, podría hacer grandes cosas y marcharse a Sanxenxo. Es su última oportunidad para ser un estadista y no un eterno número dos. Adolfo Suárez se la jugó, hizo lo que España demandaba al final de la dictadura, y tuvo que irse, pero lo hizo. Hoy es recordado como un estadista y un verdadero líder. A Rajoy no le falta inteligencia, le falta capacidad de decisión, carácter y determinación. Probablemente lo haría si alguien le mandase, pero no es el caso. Debe salir de su cabeza y de su corazón hacer lo que tiene que hacer por España.
Antes de que arranque -si finalmente se decide-, todavía pasarán muchas cosas. Habrá que poner a cero el cuentakilómetros de la justicia, valorar si un pacto con los independentistas exige o no una reforma constitucional, esperar a conocer la posición conjunta del PDeCAT y ERC y negociar de la mano del PSOE. Algunos --tal vez muchos-- verán imposible que Rajoy pueda hacer algo así, pero la verdad es que tiene una gran oportunidad: ni el PSOE ni Ciudadanos le pondrán grandes palos en la rueda, los catalanes son pactistas por naturaleza y Europa está deseando una salida negociada: la que sea. Cualquier cosa, Presidente, menos no hacer nada. Un país como España se supone que debe ser capaz de dotarse de una estrategia política que asegure su continuidad, lejos de escindirse. El precio será un nuevo estatus político para Cataluña.

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