Opinión

¡¿Xa empezamos?!

En un hospital pontevedrés, un inteligente buen amigo y profesor de música, Mariano Vázquez, tenía a su madre ingresada y de pronto le meten en la habitación a otra enferma, una anciana de pueblo con la cabeza más para allá que para la ciudad del Lérez. Entra la enfermera y manda salir a los familiares porque iba a cambiar las camas. Salen y, cerrada la puerta, desde fuera se oyen los gritos de la anciana: "¡¿Xa empezamos?!" Y, de pronto sale la enfermera poco menos que como el eccehomo de Borja, despeinada, magullada, arañada e histórica. Sí, histórica porque se acordaba de todos los antepasados de la señora...
Y yo mismo he sufrido una situación similar. Nunca me había ocurrido en mis 43 años de sacerdote. El neófito de cerca de un año, ¡ufff... la que me armó el tío! Cuando pretendí ungirlo con el óleo de los catecúmenos montó en cólera y era pequeño pero matón. Me tiró las gafas, agarró mi pelo y arañó lo que pudo el capullito de alelí aquel... No me puse ni histérico ni histórico porque los padres y abuelos son amigos, pero ganas ya tuve, ya. Vamos, que en el subconsciente, el chaval, también descendiente de gallegos, hubiese pronunciado la frase de la vieja aquella, el "¡¿Xa empezamos?!", proferido con el retintín del caso que tiene gracia para quien lo ve pero ninguna para quien lo sufre.
Pues visto el panorama, las cosas están como para pronunciar la célebre pregunta. El personal, que con esto del paro tiene poco que hacer, por desgracia está muy presto a empezar cualquier partitura con una sinfonía con pentagramas de todo tipo y hasta con corcheas y “garrapateas” sueltas en cualquier lado. Se palpa en todas partes. Como si estuviésemos ojo avizor para ver el momento y modo de interpretar la partitura de siempre. Por cualquier cosa, el caso es gritar, vociferar y pegar al contrario allí donde le duela. A veces por cosas justas y necesarias de las protestas, pero en la mayoría son esperpénticas manifestaciones donde menudean participantes que ni saben a lo que van ni en definitiva por qué protestar. El caso es protestar e incordiar creando un turbio río donde los pescadores pescan de todo.
El tema me viene porque cuando se avecinan elecciones de cualquier tipo, aquí y allende los mares, siempre sucede lo mismo. Se sacan los truenos del archivo en el que se miran con lupa todos aquellos errores o ideas atacables del contrario. Y lo malo es que en esas refriegas algunos se frotan las manos, otros chirrían y los más se divierten de lo lindo viendo como se desgastan en casi siempre inútiles luchas. Ocurre en todas las instituciones en las que existen votaciones. ¿Por qué tanto jaleo y vocerío? Muy fácil. Falta altura de miras y en vez de discutir de cosas serias y ofrecer soluciones importa tener más votos que el contrario y alcanzar el sillón. "El político Don Luís dice hacer un sacrificio. Sí, ¡el del país!". De esto se trata.
Dan pena intervenciones incluso en el Parlamento en las que faltan altura, contenidos e ideas claras. Y nada digamos de generosidad y entrega. Se gastan energías que serían muy necesarias para ayudar a que el país vaya adelante y esto funcione. Tristes discursos que arrastran votos porque sigue siendo cierto lo del sabio Unamuno, que decía que "de cada diez, uno piensa y nueve aplauden". Todo fruto de populismos baratos que muchas veces rozan lo zafio y deleznable y, sobre todo, de falta de sentido. Hartos estamos de discursos vacíos, de insultos sin sentido y de acusaciones que hasta acaban en los tribunales para, pasada la refriega, muchas veces almacenarse en el olvido. 

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