Opinión

Una virtud olvidada

Estamos viviendo en un mundo rodeados de prepotentes; todos quieren mandar, les gusta a la mayoría el sillón y mi duda está en descubrir cuántos son capaces de sacrificarse y luchar por el bien común y por los demás. Acaso los hay pero son contados, digo yo. La gente ahora va por la calle pasando de todos, escuchando música muchos de ellos; subimos en el ascensor y da la impresión de que el vecino vive en otro mundo, sin saludar y sin preocuparse por su vecino. Poco a poco, precisamente en este mundo globalizado, cada día somos más islas. Hay una palabra portuguesa que personalmente me encanta. Es el vocablo “partilhar”. La gente comparte poco y por eso cuando nos encontramos, que también las hay, con personas agradables y preocupadas por los demás, quedamos felices.
Ese debiera ser el camino. Porque con motivo de unas elecciones, por ejemplo, los que votan distinto ya algunos los consideran como enemigos. ¡Craso error y tremendo disparate! Acaso somos incapaces de valorar que un país, una familia, una sociedad en general es gobernada por quienes ganan pero también por los que están en la oposición. Las encarnizadas luchas entre rivales es el mayor disparate. Siempre me edifica enormemente ver en la pantalla a Rafa Nadal con un ejemplar comportamiento con sus contrincantes, gane quien gane. Él mismo y su rival Federer son un contundente ejemplo cuando, gane el que gane, se dan un abrazo. Y ese debiera ser el camino.
Porque en el fondo está la virtud a veces olvidada que es la humildad. Saber reconocer al otro sin acritud si gana y sin desprecio si la victoria fue la propia. Es un placer encontrarse con personas humildes. Sobre todo en medio de nuestros pueblos donde muchos serán cortos en conocimientos pero con un gran sentido común que les faculta para ser buenos consejeros y envidiables personas. 
Tengo un caso de humildad único. Un buen señor, gallego en Lisboa, que apenas tenía los estudios primarios y que llegó a dirigir una gran empresa e incluso fue el administrador y tesorero de una sociedad vinculada con los accesorios del automóvil. Porque era una persona con hambre por saber. Sabía escuchar y aquello que desconocía lo preguntaba. “Devoraba” las noticias y leía mucho y así, en contabilidad era único con una capacidad increíble para los números. Era una persona humilde y encantadora en el trato, anhelaba saber y sabía asesorarse por los que en cualquier materia sabían más que él. 
Todo ello fruto de esa virtud que comentamos. Porque la lucha denodada por los primeros puestos, por estar en primera línea, muchas veces conduce a duros golpes porque los soberbios cuando suben a esos primeros puestos que anhelan después las caídas son una catástrofe. En el fondo, la corrupción se da casi siempre entre personas soberbias cuyo único fin es escalar a los primeros puestos. Baste dar un vistazo para comprobar a dónde han caído muchos de esos.

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