Opinión

En una sociedad materialista

Queda lejos ya la situación de muchos de nuestros pueblos donde residían el maestro, el cura, la Guardia Civil, el médico y algunos personajes más que se encarnaban en las aldeas, le solucionaban problemas, eran los consejeros y sobre todo ponían paz en muchas situaciones. Hoy las cosas han cambiado, sobre todo por tantos pueblos abandonados fruto en gran parte de la ausencia de una política agraria que incentive el sector agrario y borre de una vez la idea de que para ser algo hay que ir a la universidad y doctorarse. Es el tremendo y lamentable éxodo del mundo rural que está condicionando a la misma sociedad. El abandono de tantos pueblos que incluso llena las residencias de ancianos, es un mal que padecerá la misma sociedad, ya lo está sufriendo. Un progreso mal entendido que prima la sociedad urbana olvidando el rural.
Y estos cambios los está padeciendo la misma Iglesia, que ve como sus noviciados y seminarios de vacían o al menos carecen de la abundancia de antaño. Se lamentaba hace días el Vaticano de la sangría que padecen los institutos, órdenes y congregaciones religiosas, fundamentalmente en la vieja Europa, que les obligan a cerrar casas y a admitir vocaciones de otros continentes donde sí abundan. Ejemplos tenemos en derredor. Colegios otrora con gran cantidad de religiosos y religiosas y que hoy en la práctica están dirigidos por seglares.
Celebra la Iglesia Católica estos días las jornadas vocacionales, centradas preferentemente en la sensibilización sobre la vida consagrada. Por lo que se refiere al ourensano, ha podido mantenerse y continuar una línea de ordenaciones sacerdotales. Han sido muchos los abandonos una vez ordenados sacerdotes, pero más los que se mantienen en el ministerio sacerdotal por lo que, tras el Concilio Vaticano II el Seminario de Ourense sigue siendo un referente para Galicia y España y debe decirse muy claro.
Para la misma Iglesia y para cuantos trabajan en la pastoral vocacional sigue siendo un problema la elaboración de las causas de la disminución de las vocaciones. Tema complejo y fruto, en el continente europeo sobre todo, de la sociedad del tener, del materialismo reinante y una sociedad, en suma, en la que la escala de valores está muchas veces desnortada. Y son necesarios testimonios atrayentes pero también y sobre todo unos criterios familiares capaces de afrontar el futuro dentro de unos parámetros menos materialistas que los actuales. Porque de lo que se trata es de la felicidad, del acomodo de cada persona en el lugar en el que tanto para ella como para su entorno sean referente de felicidad. Una felicidad que ni el dinero ni los honores ni la situación de privilegio social nunca van a conceder. Poco importan los grandes emolumentos y prebendas si en el fondo del corazón, la misma persona es infeliz.
Este es para mí el gran problema: el de ser útil y saber servir a la sociedad sin importar las recompensas. El mundo de hoy tal vez da la espalda y desoye la célebre sentencia de Tagore: “Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría”. Y el mismo Einstein afirma: “No permitas que tu felicidad dependa de alguien porque no siempre esa persona será como crees”. En el fondo el problema de las vocaciones radica ahí, en que buscamos la felicidad allí donde nunca se va a encontrar totalmente y así nos va. Ponemos el corazón y la fe en las cosas, incluso en las personas y ahí nunca vamos a encontrar la anhelada paz ni la felicidad y el acomodo personal.

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