Opinión

El saco roto

Dice el refrán: "La avaricia rompe el saco". Sabemos que la avaricia es uno de los siete pecados capitales. O sea, para ser más claros, la avaricia es un delito pero acaso por los aires que corren algunos prefieren coser una y mil veces el saco y poner remiendos por todas partes con tal de que su saco esté más lleno, a rebosar. Vamos a enfocar hoy el tema de moda desde otro ángulo que tal vez estamos olvidando. Algunos, dejémoslo en algunos, de los líos que se están armando en este país son fruto de una incontenida avaricia, de un desmesurado deseo de llenarse de dinero hasta las orejas.¿Para qué tanta "pasta"? Sólo es comprensible desde el obnubilante afán de almacenar dinero. Porque comodidades ya todos tienen, posesiones ni se sabe, placeres, de todo tipo. Les resta empapelar todas esas posesiones con el derroche monetario de sus cuentas. Es la única manera de dar una explicación satisfactoria a todos estos problemas que ocupan nuestras tertulias.
El avaro se vuelve osco, se torna cerrado en sí mismo, destruye su personalidad. Nunca se siente contento porque desea cada día más y mucho más como aquella canción. En un utópico deseo, acaso vislumbra, en un sueño sonámbulo, que algún día llegarán al poder monetario infinito. Por otra parte, y como consecuencia de esto, los avaros nunca son felices porque se pasan la vida contando todo lo que tienen y presumiendo con todo lo que almacenan sin importarle para nada los demás. Son tacaños y cuentan los céntimos, y al dar lo hacen por vanagloria para regocijarse porque son poderosos y tienen todo aquello de lo que carecen los demás.
Con la avaricia va aneja la soberbia y, paradójicamente, otro pecado, que es la envidia. Están siempre mirando con el rabillo de ojo para vislumbrar si el de al lado tiene un euro más, un coche mejor o una mansión más lujosa. Aunque bien creo que en los avaros siguen sumándose los demás pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y hasta si me apuran la pereza porque viven recostados en su riqueza. Por ello nunca se encuentran en ellos las siete virtudes contrarias: humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad ni la diligencia.
Ya dice también el refrán castellano: "Si en el sexto (mandamiento) no hay perdón y en el séptimo rebaja, ya puede San Pedro llenar el cielo de paja". Muchísima paja va a tener el apóstol de las llaves para introducir en el paraíso donde reinan precisamente las siete virtudes en grado infinito. Se recomerán de rabia los avaros al ver que los saldos bancarios de todos ellos eran aquí mínimos frente a la grandiosidad de los suyos que para nada valen.
Claro que todo lo que acabo de resaltar nunca entrará en los juicios tantas veces mediáticos. Esto es lo grave. Se les va a juzgar por corrupción, por cosas materiales, cuando en realidad el gran delito es otro, de otro tipo, ajeno a los parámetros de la justicia terrenal. Todo esto ni entrará en las salas de las audiencias de los palacios de justicia y así pasarán siendo juzgados de lo circunstancial dejando para otro tribunal lo verdaderamente importancia, que es el juicio sobre el cumplimiento de las siete virtudes muy humanas y también divinas.
Por eso ese saco que se rompe, reventando de lleno, va a ser lo de menos. Los tribunales populares acaso ni caen en la cuenta. Habrá otro tribunal compuesto por los pobres, los mansos, los que lloran, los hambrientos, misericordiosos, limpios de corazón y los pacíficos que luchan por la paz que ciertamente van a emitir otra sentencia desde otro ángulo bien distinto.

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