Opinión

La incultura

Lo tengo muy claro y lo he repetido mil veces. Si nos rodeamos de inteligentes, más espabilados que uno mismo, podremos llegar lejos. Un inteligente puede meterte en un pozo, pero buscará la forma de sacarte. Difícil para alguien con pocas luces. Recientemente ha incidido en el tema César Antonio Molína, escritor y ex ministro de Cultura: "La ignorancia nos llevará a la miseria, como la falta de lluvia al desierto", hablando sobre la batalla entre la cultura y el poder, a propósito de su libro "La caza de intelectuales", abordando la relación entre política e intelectualidad desde la antigüedad. Afirma el autor que: "Este es un libro contra la intolerancia. Nuestro país ha estado condicionado por muchos aspectos de nuestras historia. El miedo a pensar y el odio a Gutenberg formaron un cóctel letal. Luis Vives dice a Erasmo: 'No sé si tengo más miedo por lo que escribo que por lo que callo'. Santa Teresa, Molinos, Fray Luis, San Juan… afectó a todo el mundo".
En una entrevista, Molina demuestra altura intelectual, gran capacidad e inteligencia para afrontar la realidad. Un intelectual que pasó por el poder, lo que le faculta para hablar de ambos. Dice en la entrevista: "El intelectual con cargo se convierte en un extraño de sí mismo. Busca el poder y pierde libertad". Y hay variados ejemplos también en España, porque el poder, el capital, la religión y la política seducen y es frecuente este maridaje de intelectuales con el poder establecido cuando debiera suponérseles la independencia. Seducen porque somos muy humanos. En el recorrido histórico, Molina constata el final de intelectuales que se acercan a la política como Cicerón, Servet o Zola entre otros. Acabaron mal. 
Constata el escritor herculino como es sumamente difícil a la clase política ser autocrítica con su ideología. Y aquí está el problema hoy en día. Porque en todas las formaciones políticas hay gente muy buena pero también existen algunos a los que es difícil ver virtudes. Los juzgados están a rebosar de casos porque la corrupción es patrimonio de algunos políticos actuales. Por eso cita a Edmond Jabès: “Uno de mis problemas siempre fue cómo ser de izquierdas sin dejar de ser crítico con la izquierda”. Y frente a ellos pone ejemplos que fueron olvidados por ser independientes. Baste recordar las injustas incomprensiones hacia Unamuno por su independencia.
Ocurre, y lo hemos recordado aquí, que vivimos en una época ayuna de líderes. Faltan verdaderos líderes y los intelectuales auténticos también son contados. En su lugar surgen mediocres, fanáticos, ignorantes y aprovechados del río revuelto que campan incomprensiblemente por sus respetos. Asusta y sonrojan algunas intervenciones en los medios públicos de personajes que se creen algo y que dan pena por su falta de una mínima cultura. Lo critica César Molina apoyándose en las que hicieron Jovellanos, Blanco White o Galiano. Los fanatismos son peligrosos.
Lo grave, que afirma el escritor, es que sea cierta la frase de Azaña: "Una sociedad, aunque con desventura puede pasarse sin novelistas o artistas, puede vivir, pero no se puede pasar sin puestos de mando ni dirección política y hay que proveerlos cada día". Larra y Azaña decían que en España se habla mucho, y a veces hasta bien, pero que no se escucha a nadie. Spinoza rechazó cualquier tipo de poder, porque creía que para ser libre tenía que evitar riquezas, honores e incluso sexo, y Camus dice que un país vale lo que vale su prensa. Como llega a decir McLuhan, las tecnologías cambian la cabeza. Gutenberg cambió todo. Y ahora vivimos una revolución parecida, y ya Larra se quejaba de los pseudoescritores y hoy, dice Molina, hay exceso de blogs inútiles. La batalla entre intelectuales y poder es clara en toda época. 
Interesante publicación que debieran leer más de uno, aunque sólo fuese para observar como la historia sigue siendo un parámetro para la vida.

Te puede interesar