Opinión

¿A qué conduce la endogamia?

Desde luego a nada bueno, porque parto del supuesto de que la gente puede ser engañada en un momento pero, pasado el tiempo, reconoce el engaño o el error. La palabra tiene varias acepciones según el diccionario: matrimonio entre personas de la misma casta, raza, o condición social; o la selección de profesionales entre los mismos de la profesión o los que son cercanos, sin admitir personas ajenas. Estoy convencido de que si una persona se rodea unicamente de los que piensan igual, al final se hunde. Como se hunde el que se niega a rodearse de gente más inteligente. Si uno se rodea de los mejores crecerá, pero si solo admite a gente con menor categoría, funcionará mal. Negarse a admitir ideas ajenas precisamente porque son ajenas es de mentes raquíticas.
La figura de Ricardo Corazón de León es el ejemplo constante de “El regreso de Don Quijote”, de Chesterton. “¿Cómo seremos capaces de defender el propio ideal si despreciamos al que lucha por el suyo? Ande, vaya y mátelo si puede, pero si lo que sucede es lo contrario, y él le da muerte, quedaría usted más honrado en la muerte que con esas palabras que acaban de ganarle el deshonor”. Exactamente como lo habría hecho el propio Ricardo Corazón de León con Saladino. “La vida es ese camino en el que nos encontramos con personas y cosas que enriquecen. Si son positivas ayudarán a mejorar y las negativas nos servirán para evitar errores”.
Visto lo anterior, la sociedad es propicia a la endogamia. Para rodearnos a cualquier nivel con gente que piensa igual que nosotros, acompañados “de los nuestros”. Craso error que se paga a la larga. Y a la hora de la confección de listas electorales puede costar caro. Siempre los mismos y siempre los más afines. 
En cierta lejana ocasión fui testigo de cómo un político le decía a otro casi al oído: “A este hai que axudalo porque é dos nosos”. Tristísima idea. Vemos continuamente el rechazo de grupos a las ideas del otro precisamente porque viene de quien se califica como “contrario”, “enemigo”. Se olvida que en todos siempre hay cosas aprovechables. La verdad debiera ser aceptada venga de quien venga, porque nadie tiene patrimonio de toda la verdad.
Además esta postura lleva a grandes injusticias, a la “compra” de votos y, a veces, a una flagrante desigualdad social. Se necesita arrimar el hombro y saber ceder en aquello que los demás tengan sobradas razones. Los palos en las ruedas y negarse o torpedear iniciativas por venir de quien vienen es una tremenda injusticia. La democracia es más grande que todo eso e ignorar a quienes obrasen así lo que se consigue es imponer criterios dictatoriales que sufre el mismo pueblo y paraliza proyectos que a todos beneficiarían. Esto lo estamos viendo a todos los niveles: municipal, autonómico y nacional.
Cuando el pueblo habla en las urnas y lo hace de una manera plural y sin mayorías absolutas debe ser escuchado. Precisamente es un mandato al entendimiento y al diálogo para lo que son elegidos representantes. Vociferar, insultar o despreciar las ideas ajenas es un mal que a nada conduce. Muertas las mayorías absolutas e incluso el bipartidismo, los parlamentos llegan al pluralismo que es bueno si sabe ejercerse con respeto, ideas y responsabilidad. 
Por último, acaso olvidan quienes practican la endogamia que con ello están creando insalvables divisiones en medio del pueblo con unas consecuencias imprevisibles. Lo estamos viendo en Cataluña pero en cualquier pueblo, ciudad o nación observamos que así caminan en una senda hacia un Godot que nunca va a llegar y a nadie beneficia.

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