Opinión

Educación en valores en tiempos de Covid-19

Una democracia sin valores no es digna de tal nombre. Una democracia sin que brillen por su presencia y realización las cualidades democráticas no es una verdadera democracia. Y hoy, en plena pandemia del covid-19, no hay que ser un lince para reconocer que es menester recuperar estos valores y esas cualidades para el ejercicio de la política y de otras actividades humanas, dominadas en no pocas ocasiones por la manipulación, evidente en este tiempo, el engaño, venga de donde venga, la apariencia, en estos días muy practicada, o el aprovechamiento o cálculo electoral y, también, por su supuesto, por la “astucia” que a tantas y a tantos les conduce a estar siempre, contra y viento y marea, en el vértice, en la cúpula. 

En esta tarea, más en tiempo de tempestad, debe ocupar un lugar central un sistema educativo coherente. Aristóteles ya lo decía en su "Política" al señalar las formas o remedios para recuperar las situaciones de estabilidad política: "... es de la máxima importancia la educación de acuerdo con el régimen, que ahora todos descuidan, porque de nada sirven las leyes más útiles, aún ratificadas unánimemente por todo el cuerpo civil, si los ciudadanos no son educados y entrenados en el régimen...". Es decir, la educación en los valores propios del sistema democrático es una condición de estabilidad política y, lo que es más importante, permite que esos valores se manifiesten en la sociedad, se asuman y se practiquen por la mayoría de la ciudadanía. 

En este marco, habría que preguntarse hasta que punto se explican los valores de la libertad, de la responsabilidad, de la igualdad, de la transparencia, de la honestidad, de la integridad, en escuelas, en universidades, y en todos los grados del escalón educativo empezando por el familiar, que es el contexto más adecuado para ejercitarse en los hábitos democráticos. Algo muy necesario a juzgar por el temple cívico real en el que se mueve la población y algo muy pertinente en una sociedad en la que el pensamiento crítico asoma de forma minoritaria, incluso en momentos de zozobra nada menos que del Estado de Derecho.

Si analizamos, especialmente en estos meses de la pandemia, el papel que los Gobiernos están asignando a la educación, a la televisión o a la familia, el saldo es decepcionante pues no se fomenta el pluralismo ni se plantean sistemas educativos pensados para hombres y mujeres preparados para vivir en una democracia avanzada. 

Más bien, lo que estamos viendo y contemplando, salvo honrosas excepciones que no se dejan manipular por unos o por otros, es no es más que la lógica consecuencia de las políticas que se practican, sobre todo si tenemos en cuenta que la pasada por el Estado del Bienestar, en su versión estática, ha traido consigo un progresivo debilitamiento de la sociedad civil y,  en todo caso, una merma preocupante, una lesión sistemática y orquestada a las las iniciativas sociales que no proceden de la cúpula, un ataque frontal a la responsabilidad personal.

Es necesario que las sociedades democráticas velen por el desarrollo de las virtudes públicas, y también por las privadas, pues no conviene olvidar, como nos recuerda Lamberti, que el Antiguo Régimen fracasó precisamente por la degradación de las hoy tan cacareadas virtudes públicas. 

Una forma de defensa de la democracia parte de la necesidad de enseñar a los ciudadanos a salir de sus asuntos privados para combatir esa tendencia al aislamiento y conseguir que los hombres y las mujeres encuentren en las instituciones intermedias un espacio de libertad, solidaria. Una ocasión para la elevación moral y una defensa inexpugnable frente a la presión, hoy casi asfixiante, de unos poderes, públicos y privados, que quieren, a toda costa, controlar la vida de las personas con el fin de la perpetuación en el vértice. Hoy, en medio de la pandemia del covid-19, con más evidencia.

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