Opinión

Recordando el ayer

Hace solo 75 años, en 1945, al acabar la II Guerra Mundial, Europa estaba destrozada materialmente y desgarrada anímicamente. Más de 60 millones de habitantes había perecido, de los cuales unos 45 eran civiles, víctimas inocentes de los goyescos desastres de la guerra. Desplazados refugiados y fugitivos sumaban más de 30 millones, muchos de las cuales aun vagaban sin rumbo por sus caminos.
El Holocausto había diezmado a la población judía europea que paso de siete millones a solo uno. Ciudades y regiones enteras habían sido asoladas y arrasadas: Hamburgo, Coventry. Dresde, Stalingrado, Berlín. Varsovia, Rotterdam, Normandia…, muerte y desolación del uno al otro confín, como diría Espronceda.
No es de extrañar que, todavía 12 años después del armisticio final, un intelectual tan comprometido do con los valores éticos como Albert Camus en su Discurso de Suecia al recibir el Nobel de 1957 dijera textualmente: “Cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga.”
Pero aquella generación tuvo la voluntad de re construir Europa. Y lo hizo desde el diálogo y el acuerdo. Conservadores, liberales, democratacristianos y socialdemócratas levantaron un telón de libertad y solidaridad aunando principios hasta entonces irreconciliables aceptando los valores del adversario sin renunciar a los propios, actitud que desemboco en la sociedad más libre, justa y pros pera que a que haya conocido la humanidad: el Estado del bienestar europeo . Y ese telón de prosperidad sirvió como muro de contención frente al Telón de Acero comunista, que tiranizo y empobreció a Europa que quedó bajo su dominio, donde por cierto la Iglesia fue prohibida y perseguida.
La reconstrucción material de Europa permitió iniciar un proceso político para alcanzar su unidad e integración, como únicas vías para evitar la repetición de las guerras que casi la habían llevado a su aniquilación. Iniciativa impulsada y vinculada en gran medida por los valores cristianos, defendidos por una Iglesia católica muy presente y comprometida social y políticamente.
Al compromiso igualitario y solidario de la ideología socialdemócrata, se sumaron los principios fraternales de la Doctrina Social de la Iglesia, legitimada y apoyada entonces en modelos reales de sus ideales: sindicatos, cooperativas, cajas de ahorro, instituciones educativas y asistenciales, todas de carácter popular o de autogestión. Un paradigma claro de su compromiso con los más necesitados.
Unidad política y solidaridad social fueron los pilares sobre los que se erigió este modelo de gobierno, en el que las personas vieron como, sin merma de sus libertades, se garantizaban como derechos su salud, educación, jubilación y subsistencia.
Hoy como ayer, las herramientas siguen siendo las mismas, como iguales lo fueron a lo largo de una historia en la que, desgraciadamente, abundaron muchos capítulos de dolor, como el que hoy nos sacude con la crisis del coronavirus.
Y nuevamente, hoy como ayer, en esta vieja civilización europea, en la voz del papa Francisco resuena el testimonio de sus raíces y orígenes cristianos, cuando, como único camino para afrontar la crisis, el Pontífice apela a la unidad y a la solidaridad de gobernantes y ciudadanos. Realmente ha sido conmovedor ver la imagen del Papa demandando una y otra vez en sus intervenciones unidad y solidaridad, las mismas actitudes que permitieron a Europa resurgir de sus cenizas de la mano de políticos consecuentemente católicos, que, junto a otros muchos, supieron ser justos sin por ello ser menos libres.

* Publicado en "Vida Nueva"

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