Opinión

Paco Ibáñez, dos Cataluñas, dos Españas

Paco Ibáñez es uno de los grandes cantautores de la España del siglo XX. Y también del XXI. A sus 84 años, que se le notan, sigue llenando teatros y cantando a Neruda, Guillén, León Felipe, Machado, Miguel Hernández y, sobre todo, Alberti y Lorca. Ha convertido tantos poemas en canciones, con solo su guitarra, que ya no se sabe si fueron antes las canciones o los poemas. Esa recuperación de la mejor poesía -también de la más partidista, a veces sectaria-, ha sido su signo y su bandera. Volvió a España en el 68, después del duro exilio de sus padres y cantó en pleno franquismo, aunque tuvo que volver a marcharse y no regresó de verdad hasta el 90. Y aquí sigue.
Hay heridas que quedan para siempre, cicatrices de la incomprensión y del miedo a la libertad, pero son más los que reconocen su trabajo que los que lo niegan. Ahora vive en Barcelona y esta semana vino a Madrid para traer sus canciones a un teatro público, dependiente de la Comunidad de Madrid, gobernada al menos hasta mayo por el PP, donde no se pide ni carné ni bandera, sino arte y cultura. En esta ocasión lo hizo acompañado de Soleá Morente, la hija del gran Enrique Morente, a quien de alguna forma apadrina en su aventura de versionar a poetas. Hubo momentos únicos, como cuando juntos cantaron "Palabras para Julia", de José Agustín Goytisolo o cuando él sólo cantó "Como tú", de León Felipe, "Balada del que nunca fue a Granada" de Alberti o cuando cerró con "A galopar".
Hubo, ya lo he dicho canciones del bando de los perdedores, muchas. Bellas palabras de grandes poetas como Cernuda o como León Felipe, aunque a mí me gusta más su poesía no política, no partidista, no sectaria. Pero se le aplaudió con fuerza. Hasta que, sin venir a cuento, empezó a meterse con los jueces españoles, especialmente con el juez Llarena, en dos ocasiones, y empezó la defensa de quienes quieren ahora romper Cataluña en dos mitades, sin aprender de la historia. De esa historia que abre las heridas y luego es casi imposible cerrarlas. "Es que yo vengo de Cataluña", replicó cuando empezaron las protestas, educadas, moderadas. Muchos espectadores que no comulgan con sus ideas, o muchos a los que sus ideas no nos importan, queríamos oírle cantar. Sólo eso, incluso lo que nos parece o es la mitad de la verdad cuando no sectario.
Otra vez las dos Españas, las dos Cataluñas, la maldición que parece perseguir a un pueblo tolerante que quiere vivir en paz y donde cabemos todos, gracias a una Constitución que nos ha ofrecido la mayor etapa de libertad, de democracia y de prosperidad de la historia. Al final, Paco Ibáñez se olvidó de la política y volvió a lo suyo. A cantar. Solo y con Soleá Morente. Y este público del Madrid centralista, del Madrid que tiene la culpa de todo lo malo que pasa en Cataluña, del Madrid de los jueces libres e independientes que están dando un ejemplo de libertad y democracia en el juicio a los políticos que han infringido gravemente la ley, ese Madrid vibró con "Tus ojos me recuerdan" del Machado que algunos quieren monopolizar, o con el "Romance a la luna luna" de Federico y volvió a aplaudirle con fuerza hasta el final. Un Madrid abierto, acogedor. Un Madrid de libertad.

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