Opinión

Agitar el árbol y quedarse sin ramas

Cuando Pedro Sánchez agitó el árbol de la política hace un año y Rajoy decidió no hacer nada para evitarlo, ni uno ni otro se imaginaban que, además de caer nueces, muchas nueces, no iba a quedar ni una sola rama en su sitio. La inestable etapa de Rajoy dejó paso a la más inestable primera etapa de Sánchez y las últimas elecciones, en contra de lo que se preveía en un inicio pueden convertir la inestabilidad en el estado natural de la política española.
Después de ganar las elecciones casi doblando resultados, Sánchez se las prometía muy felices y decidió esperar a constituir Gobierno, convencido de que la siguiente convocatoria electoral le daría una posición aún mejor. Sánchez ha demostrado que él, o su gabinete de guerra con Iván Redondo a la cabeza, era el único que sabía lo que había que hacer. Tras las locales, europeas y municipales, el PSOE brindó por el éxito, el PP logró "su objetivo", no convertirse en el tercer partido, Ciudadanos perdió aunque duplicara votos pero podía tocar más poder, Podemos y Vox se hundieron, pero empezaron a ser decisivos de verdad y ERC medio enterró a Puigdemont, aunque éste logro ser elegido europarlamentario y seguir dando la estéril tabarra del independentismo. Todos ganaban.
La realidad, sin embargo, era otra. Sánchez puede tener problemas para lograr no la investidura, sino la mayoría necesaria que le permita aplicar sus políticas, salvo que acepte pactar lo inaceptable con los anticonstitucionalistas como ERC o Bildu, y anda mendigando el apoyo de Ciudadanos. Éstos dudan si jugar a todas las barajas --aquí con el PSOE, aquí con el PP, aquí mando yo, aquí me dejo mandar...-- y romper su juramento de no pactar nunca con Pedro Sánchez. El PP se las prometía muy felices liderando el centro derecha y contar con los votos "cautivos" de Ciudadanos y se puede quedar sin Madrid, sin Castilla y León, sin Murcia, sin un montón de ciudades, sin recuperar Aragón, Canarias o Navarra, amenazado en Galicia, prácticamente desaparecido en Cataluña y en el País Vasco y de comparsa en el Senado. Podemos inicia la descomposición, ya se ha partido en muchos partidos y la rama andaluza ha roto relaciones con Iglesias, que ahora mismo está más cerca de dejar el liderazgo del partido que de ocupar un cargo en el Gobierno de Pedro Sánchez. Y Vox, que se las prometía muy felices y aspiraba a salir en la foto de gobierno con PP y Ciudadanos, se debate entre dejar gobernar a la izquierda y traicionar a su electorado o comerse sus bravatas y ser irrelevante. Y en ambos casos está más cerca de ser una anécdota en la política y desaparecer del mapa que en ser el relevo de "la derechita cobarde". Y todo ello con el espectáculo impresentable de los errores en el recuento electoral, que, sin embargo, no parece que vaya a tener consecuencias políticas.
Es decir, entramos en una dinámica que o se resuelve con inteligencia artificial o no parece tener solución. Me gustaría que los políticos, al menos los que están dentro del arco constitucional, fueran capaces de plantearse esta situación no como una catástrofe o un peligro, sino como una oportunidad. La oportunidad del acuerdo, de poner por delante los problemas de los ciudadanos y dejar a un lado los suyos. De momento, el único que parece que va a poder seguir estable y tranquilo, su estado natural, es el registrador Mariano Rajoy. Para el resto, todo son interrogantes.

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