Opinión

El vodevil Corinna-Juan Carlos

Al mismo tiempo que Corinna Larsen, ex amante y consocia de Juan Carlos I, ha protagonizado un reportaje en la BBC de Londres, donde, entre otras cosas afirma que la Casa Real Española actúa como una empresa familiar y que los 65 millones que le transfirió su amigo fue “un regalo simplemente”, o que Su Majestad Católica la pretendió en matrimonio, coincide con el desencadenamiento de una campaña de apoyo al rey honorífico, donde han estampado su firma los más diversos personajes, alguno de ellos con pasajes nada ejemplares en sus propias vidas.

Cabe situar la vida de Juan Carlos al final de una serie de episodios de la historia de España, protagonizada por sus antepasados, en los que coincidieron en sus escasos escrúpulos morales, su afición al dinero y al sexo con notable frecuencia. Estamos, pues, ante un sainete nacional: Felipe V, que inaugura la saga, fue maníaco-depresivo. Al final de su reinado abandonó toda higiene, pero no su apetito sexual. Era tal su avidez, que estando en su lecho de muerte su esposa María Gabriela de Saboya, se empeñó en mantener la coyunda con ella.  Carlos IV era un cornudo consentidor. Hizo que no se enteraba cuando estando con Godoy y su esposa, María Teresa de Parma, el favorito le dio un bofetón a la ilustre reina. Napoleón despreciaba tanto a Carlos IV como a Fernando VII y otorgó a ambos sendas pensiones, una vez que le entregaron España, para que vivieran un cómodo exilio en Francia. Fernando VII fue conocido como “el Rey Felón”. Cuando estaba en Francia, huésped de Bonaparte, felicitaba al emperador por sus victorias sobre los españoles que morían por devolverle el trono y pedía para casar una princesa francesa. Con el embajador ruso Tastichev comienza la corrupción con la compra de unos barcos podridos.

La última esposa de Fernando VII, María Cristina, temporal regente, fue una de las grandes negociantes de su tiempo. Tras su segundo matrimonio con el guardia de Corps Muñoz se convirtieron en una de las parejas más acomodadas de la época. Muñoz se convertía en Duque de Riansares, Grande de España y Marqués de San Agustín. El modelo de negocio era un triángulo formado por la familia real, armadores catalanes y vascos y las oligarquías coloniales el Cuba. Los barcos viajaban al golfo de Guinea y cargaban a los esclavos en puertos clandestinos que estaban dirigidas por traficantes franceses, holandeses y portugueses. María Cristina de Borbón, estableció una cuota por cada esclavo que llegaba a Cuba que percibía ella directamente. 

Sabido es que ninguno de los hijos de Isabel II fueron de su marido, por razones biológicas. Los amantes de Isabel fueron varios, pero el oficial de Ingenieros valenciano Enrique Puigmoltó decisivo, por ser el padre de Alfonso XII. En el proceso de beatificación del padre Claret, confesor de la Reina, que se conserva en el Vaticano, se consignan las evidencias de este hecho. Ya vieja y viviendo en París, se paseaba por los salones de moda, colgada del brazo del gigoló de turno. Alfonso XII, que murió tísico, era habitual con el duque de Sexto de los prostíbulos de Madrid y tuvo dos hijos, que se sepa, fuera del matrimonio. Curiosamente, fue un rey constitucional. Su hijo póstumo Alfonso XIII heredó la rijosidad de la familia. Alfonso XIII tuvo cinco hijos bastardos. Tuvo hijas con dos las institutrices de palacio.  Aparte de devoto de la Virgen del Pilar fue el introductor del cine pornográfico en España. Tuvo relaciones con los empresarios que explotaban las minas del Riff y animó a sus generales a las aventuras coloniales descabelladas, como la que acabó el desastre de Annual, en el que perdieron la vida 20.000 soldados. Tenía intereses en el sistema de apuestas de las carreras de galgos. 

Don Juan de Borbón, al que ahora llaman Juan III, dejó al fallecer en 1993, un legado compuesto por propiedades inmobiliarias valoradas en más de 350 millones de pesetas, y tres cuentas domiciliadas en Suiza, una en Ginebra y dos en Lausanne. En total, cuentas más inmuebles sumarían unos 1.100 millones. La isla de Cortegada (regalo de los gallegos a su padre) fue vendida a una sociedad compostelana, cuya cabeza visible era un conocido abogado de Santiago, perteneciente a su propio consejo privado.  Lo escandaloso es que le venta se escrituró en 68 millones de pesetas, cifra realmente ridícula. Finalmente, la Xunta de Galicia la expropió para incluirla en el patrimonio público de las Islas Atlánticas, pagando por ella 1,8 millones de euros, casi 300 millones de pesetas y más de cuatro veces el precio en que Don Juan enajenara lo que los gallegos regalaran “por suscripción popular” a Alfonso XIII.

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