Opinión

El retorno del rey honorífico y el olvido de su conducta nada ejemplar

El retorno a Galicia del mal llamado “rey emérito”, cosa que no existe, vuelve a provocar controversia inevitable en la opinión pública española, sobre todo recordando que ya en la vez anterior, cuando le preguntaron si daría explicaciones (como ha dicho de que debe dar el presidente del Gobierno) replicó “¿De qué?”. Esta segunda vuelta coincide con la apertura del periodo en que los contribuyentes españoles presentamos nuestra declaración de la Renta, de donde salen los fondos para los resguardos y escoltas y otros servicios que lo acompañan aquí y allá, cuando él ya no es residente fiscal en España y como tal estaría exento de declaración alguna. 
Según los cálculos del sindicato de técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha), como contribuyente obligado a tributar en España, Juan Carlos debería haber declarado las donaciones que recibió del rey de Arabia Saudí, Abdalá bin Abdulaziz de 100 millones de dólares en agosto de 2008 y depositó en el banco Mirabaud de Suiza a nombre de la fundación Lucum, registrada en Panamá. En abril de 2010, Fasana, uno de sus testaferros, ingresó en esa cuenta un nuevo regalo al rey procedente del sultán de Bahréin, Hamad bin Isa Al Jalifa por importe de 1.895.250 dólares. Ya sabemos que la donación de Arabia fue a su vez transferida y luego reclamada a su barragana de turno, la ahora danesa acusadora Corinna Larsen. Según los citados expertos en Derecho Fiscal, Juan Carlos debería haber ingreso al Tesoro 53 millones de euros. Además, no tuvo otro remedio, para evitar ser acusado de delito fiscal —y previamente avisado— tras haber ocultado al fisco sus ingresos, que verse forzado —no de modo voluntario— a presentar dos regulaciones en diciembre de 2020 (678.393 euros por los regalos del mexicano Sanginés-Krause) y en febrero de 2021 (4.395.901 euros por los vuelos que le pagó la fundación Zagatka de Álvaro de Orleans). El sindicato de técnicos de Hacienda (Gestha) sostuvo que la regularización de Juan Carlos I no fue correcta, pues se hizo a sabiendas de que la investigación abierta podría concluir con una querella de la fiscalía por delito fiscal. La cantidad que habría defraudado superaba los 120.000 euros en cada ejercicio. Sin embargo, la Fiscalía del Supremo sostuvo que las notificaciones hechas al abogado de Juan Carlos I eran genéricas, no detallaban las causas de la investigación abierta y, por tanto, que la regularización es correcta y evitaba la imputación.
Durante su reinado y luego de haber abdicado, Juan Carlos I utilizó repetidamente los servicios los servicios profesionales de la entidad Rhône Gestión, de Arturo Gianfranco Fasana, gestor fortunas españolas en el extranjero, entre otras, la del cabecilla de Gürtel, Francisco Correa. Cuando el fiscal de Ginebra Yves Bertossa registró las oficinas del tal Fasana, gestor de la fortuna oculta de Su Majestad Católica, a orillas del río Ródano encontró la documentación de los manejos financieros de Juan Carlos I entre 2008 y 2018.  Éste, apremiado por el banco Mirabaud que guardaba su fortuna y ante el riesgo de que se descubriera la irregularidad, se desprendió de ese dinero en 2012 mediante el traspaso de todos los fondos y la fórmula de “donación irrevocable” a una cuenta de Corinna Larsen en el Banco Gonet de Bahamas. 
Y como una burla a los españoles, en su último mensaje de Navidad, el 24 de diciembre de 2013, dijo a los españoles: “Esta noche, al dirigiros este mensaje, quiero transmitiros como Rey de España: En primer lugar, mi determinación de continuar estimulando la convivencia cívica, en el desempeño fiel del mandato y las competencias que me atribuye el orden constitucional, de acuerdo con los principios y valores que han impulsado nuestro progreso como sociedad. Y, en segundo lugar, la seguridad de que asumo las exigencias de ejemplaridad y transparencia que hoy reclama la sociedad”. Anótese la diferencia de fechas. Pero es que además en su discurso también dijo que era preciso “Realismo para reconocer que la salud moral de una sociedad se define por el nivel del comportamiento ético de cada uno de sus ciudadanos, empezando por sus dirigentes, ya que todos somos corresponsables del devenir colectivo”. Y se quedó tan pancho. Estos días, las televisiones nos ilustran sobre la visita, sobre el marisco que más le gusta, del que su anfitrión ha hecho la adecuada provisión. Y una parte de la sociedad está feliz. Claro que luego habrá que hacer la declaración de la renta. Claro que no es lo mismo sentirse súbdito que ciudadano.

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