Opinión

Relanzan el "imaginario monárquico" gracias al jubileo de Covadonga

El llamado “imaginario monárquico” es una construcción intelectual, consistente en introducir en la mente de las gentes el concepto de que la monarquía es una institución natural, que por tanto debe ser aceptada como tal con “naturalidad”. Reyes y príncipes siempre han estado ahí, formando parte de nuestras vidas y, además, están imbuidos no ya del origen divino que los consagra, sino de todas las cualidades que consideramos excelentes.
La entronización en Covadonga de la princesa de Asturias, como sucesora proclamada del heredero del sucesor del caudillo a título de Rey es un momento álgido del proceso de hacer ver a los españoles que la monarquía es una continuidad no se puede discutir. De ese modo, los españoles aceptarán que es lo más normal del mundo que en siglo XXI el cargo de jefe del Estado se pueda heredar como una finca, como subraya Guglielmo Ferrero. Esta niña supera a cualquier otra que como ella sea biznieta de un taxista debido un don especial que es difícil de sostener en nuestros días.
Se trata de que olvidemos que Fernando VII era un traidor que felicitaba a Napoleón por sus victorias sobre los españoles que morían para devolverle el trono o que con él empezó la corrupción en España. Se trata que olvidemos que desde Alfonso XII la estirpe desciende de uno de los amantes de Isabel II; se trata de que olvidemos que Alfonso XIII fue un rey perjuro, o las andanzas y frivolidades de Juan Carlos I, el costo de sus mancebas y su nada ejemplar trayectoria. En suma, se trata de que olvidemos la historia de esta institución desde que fue reinstaurada hasta el presente. Conviene recordar la memoria de dónde vienen las cosas. El fundador de la monarquía dijo que: "No debe nada al pasado". Lo dejó claro. Ex una monarquía ex novo, de tipo visigótico. El Rey puedo ser Juan Carlos o quien decidiera Franco.
Rodríguez García, en un excelente libro sobre la naturaleza de la corona, se pregunta cómo los mortales normales podemos aceptar como cosa natural que existan instituciones que perviven –aunque cada vez menos- cuya función real es simplemente existir. “Plantear en qué medida y a través de qué procedimiento el rey sigue siendo ungido por la divinidad  puede parecer cuestión anacrónica”. Pero no en el caso de España: Juan Carlos fue nombrado rey por decisión personal de un general que era jefe del Estado y Caudillo de España por la Gracia de Dios y sólo responsable ante Dios y ante la historia. O sea, que no cabe duda.  
¿Cómo conservar o mantener en su sucesor la unción divina? Pues para eso están los medios que retratan, relatan y cuentan las acciones extraordinarias que en su vida cotidiana realizan los reyes. Es ahí donde se construye el “imaginario monárquico”. Y tampoco olvidemos el papel de la “amnesia”, enfermedad crónica que ha padecido la sociedad española y que, como reconocen sus propios biógrafos, fue adecuadamente estimulada por los edecanes en la Casa Real. A la gente le basta con descubrir que el monarca o su prole habitan en palacios estimables, que festejan convenientemente, que van de aquí para allá. La propiedad de la dinastía se refleja en la brillantez del papel cuché que es signo conclusivo del favor divino. 
Rodríguez, quien analizó con detalle las manifestaciones públicas de Juan Carlos I, advertía que, con enorme prudencia, cuando habla de algo, el rey elude lo problemático; es decir, todo lo que pudiera poner en solfa la estabilidad de la monarquía. Ha habido temas tabúes y temas obligados que, en todo caso, tratan de demostrar que existe una enorme sintonía entre la monarquía y la nación, aunque las encuestas digan otra cosa.
Las andanzas del rey honorífico, el patético video de su petición de perdón y su renuncia lo evidencian y se aumentan con los recientes lances y revelaciones de sus barraganas y mancebas. Como dice Goytisolo, la Monarquía española de los dos últimos siglos ha sido una especie de tobogán con subidas, bajadas, caídas, descarrilamientos. Cada cierto tiempo, como en las recientes revelaciones de Corinna o lo que tuvo que pagar al Estado a la llamada Bárbara Rey por su silencio, nos sobrevienen nuevos sobresaltos.
Uno de los territorios donde actúa con mayor insistencia la propaganda monárquica, en orden a crear en la mente infantil ese “imaginario monárquico” a favor de la institución es el mundo escolar, a través de un promocionado concurso llamado “¿Qué es un rey para ti?”. Se venía convocando cada año, con patrocinio comercial de empresas de telefonía móvil (una de ellas repetidamente denunciada por publicidad esgañosa), como habitual respaldo, abierto a la participación de escolares de primaria, dos cursos de la ESO y alumnos de educación especial hasta los 18 años. 
El propósito de estimular el “imaginario monárquico” no conoce realmente fronteras. 
 

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