Opinión

¿Se puede recuperar el espíritu de la “Transición”?

Durante la campaña electoral para las primeras elecciones democráticas, el secretario general del Partido Comunista, Santiago Carrillo, intervino en uno de los mítines más simbólicos de Vigo en el barrio obrero de Vigo de Lavadores, llamado “la pequeña Rusia” y que fuera ayuntamiento independiente hasta 1941, y uno de los focos más activos -y castigados después- contra el levantamiento militar de 1936. El ambiente era, pues, de viejos y nuevos comunistas, obreros y miembros de Comisiones Obreras. En un momento dado, una de las afirmaciones de Carrillo causó tal estupor que se hizo un silencio espeso. “Cambiar una bandera -dijo refiriéndose a la republicana que algunos mostraban- no justifica otra guerra civil”. Yo era uno de los periodistas presentes y tome nueva nota de aquel llamamiento del veterano comunista a la reconciliación entre los españoles. La propia postura del PCE con respecto a la Monarquía parlamentaria arrastró al PSOE, y fue tan evidente que se llegó a denominar a dicho partido “Como el Real Partido Comunista de España”.

Vista con perspectiva, pese a sus errores notables que todavía arrastramos, como la Ley Electoral, los privilegios a vascos y catalanes, el exceso de autonomías o la cesión de competencias que debería haber conservado el Estado, la “Transición” fue un proceso que cuyo haber hay más de positivo, empezando por los “Pactos de la Moncloa” y la voluntad de recuperar la convivencia civil en todos los sentidos, superando los odios larvados durante los 40 años de franquismo, como herencia de la guerra civil.  Se trató de crear un nuevo espacio donde el enemigo de ayer fuera solamente el adversario de hoy. También es cierto que quedaron pendientes cuestiones relevantes, como la recuperación y dignificación de los represaliados que yacían en las cunetas o en las fosas comunes de los cementerios. Y era un deber moral darle la adecuada respuesta, como se está haciendo.

La llegada de Zapatero supuso una revisión de lo que fuera el periodo marcado por el deseo de superar la guerra civil y sus efectos. La llamada “Ley de la Memoria Histórica” pretendía ser un cauce reparador de olvidos y errores, pero fue redactada de tal modo que hasta el propio Stanley Payne la calificó de “Ley sesgada”. Y lo fue porque parece establecer una dicotomía entre los españoles buenos y malos, obviamente, cada uno en bando diferente, como si en ambas partes no se hubieran cometido semejantes tropelías. Cierto, que los crímenes del lado republicano fueron solventados en la llamada “Causa General” y aparte, se substanciaron cientos de sumarios militares y de otros tribunales especiales como de la Represión de la Masonería, primero, y de Orden Público después.

El libro “La dominación roja en España. Causa General instruida por el Ministerio Fiscal fue en su momento la causa colectiva contra el denominado “Terror rojo”. Los crímenes, asesinatos, sacas y ejecuciones que allí aparecen, muy ilustrados con las fotos de aquellas desdichadas personas ocurrieron. Y ya sé que la memoria de estas víctimas ya fue reivindicada y honrada. Y por supuesto que en el banco franquista se cometieron igualmente el mismo o parecido tipo de asesinatos, tropelías y salvajadas impunes que ahora se tratan de reparar a través de la Ley de la Memoria Histórica.

Don Manuel Azaña decía que matar a una persona es lo mismo que matar a cien, “matar es”. En este caso, se han echado muchas veces las cuentas de los asesinatos y ejecuciones que cometieron unos y otros, e incluso se ha tratado de establecer gradaciones entre el terror anárquico y los procesos judiciales, ya fueran tribunales populares o consejos de guerra, “matar es”. Sólo antes de la guerra civil, fueron muertas entre asesinatos y enfrentamientos de pistoleros de los dos bandos 2.500 personas, como macabro preludio de lo que se avecinaba. Si nos horroriza el terror de las chekas, ¿ qué decir de los “paseos” del otro bando? Según Palacios y Stanley G. Payne, las estimaciones actuales permiten aventurars que en el banco republicano se cometieron 56.000 asesinatos, cifra que casi se dobla en el bando de Franco, al sumarse las ejecuciones judiciales, derivadas de los consejos de guerra que se prolongaron durante muchos años tras la guerra civil. Pero ya no es una cuestión de cifras, “matar es”.

Una “Ley de Memoria histórica”, aparte debería ser ecuánime y de visión global, no puede ni debe servir para reavivar los odios que creíamos conjurados. El adversario vuelve a ser el enemigo, y se recuperan símbolos, saludos, puestas en escena, descalificaciones e insultos y leguajes, traídos directamente del pasado y usados con pasmosa naturalidad. Y en medio de ese clima, surgen posiciones extremas por los dos lados, con discursos agresivos y gestos propios de tiempos que creímos superados. ¿Es posible, sin que nadie tenga que abjurar o renunciar a sus principios políticos, recuperar el espíritu de la “Transición”? Si, si se quisiera. Pero ello exige atemperar el discurso y renunciar a los maximalismos. Ahora mismo, parece que vamos en sentido contrario. Si al frente de los partidos, de todos los partidos, hubiera hombres y mujeres de otro talante y cultura política, sería posible que, por lo menos, se pusieran de acuerdo en las reglas y práctica de un juego limpio y respeto. Si Fraga, Carrillo, González, Suárez y otros se entendieron y hablaron, pensando en España, sacrificando muchos de sus propios maximalismos, ¿es que sería posible que se entendieran sus sucesores, al menos en ese terreno?

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