Opinión

La paz civil sucumbe ante el oído político y la delincuencia ordinaria

En Alsasua se clama por la expulsión de la Guardia Civil y en Barcelona se grita “Refugiados sí, españoles no” El deterioro de la paz civil no parece preocupar al Gobierno. La ola de odio va a más…¿Hasta dónde? En Estado débil y un Gobierno débil son los mejores aliados. ¿Es que no aprendimos nada de nuestra propia historia?
Pero es que aparte de estos casos extremos, en no pocos lugares de España, la vida ordinaria de las gentes, eso que se llama la normalidad de la “paz civil” se vaya deteriorando de modo alarmante, y no sólo en Barcelona que, pese a su gravedad,  no es el único lugar que presenta estos problemas.
Pero veamos dos escenarios, casi simultáneos, para apreciar el deterioro de lo que se denomina “paz civil” de modo más grave en España. Primera secuencia: Apenas unos días después de que medio millar de personas celebraron el Día del Inútil, en la localidad navarra de Etxarri Aranaz, otras mil han celebrado en Alsasua, el Ospa Eguna, "el día de la expulsión". Las dos movilizaciones tenían un destinatario común, la Guardia Civil y la Policía Foral, y un objetivo compartido, lograr que "las fuerzas represivas del Estado" como las siguen denominando desde la izquierda abertzale, abandonen Euskadi y Navarra. Recurrida por el fiscal, pero autorizada por un juez, como en un vía crucis, en cuyas estaciones se fueron recordando los hitos de la llama lucha por la liberación del pueblo vasco, con obvia omisión de los 800 asesinatos de ETA. El acto estuvo especialmente dedicado a los 14 detenidos por proporcionar una pareja a dos guardias civiles y sus parejas.
Pese al recurso de la fiscalía contra este acto, el titular del Juzgado Central de Instrucción número 2 de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, rechazó prohibirla porque consideró que “no existe constancia de que se hayan producido o vayan a producir” delitos que justifiquen tal restricción de derechos fundamentales con carácter previo. Ahí queda eso.
Segunda secuencia: Casi 100 personas de miembros de la ultraizquierda catalana convocados por la CUP y Unidad contra el Fascismo han proferido gritos en contra de los españoles y a favor de los refugiados durante una contramanifestación frente a la librería Europa de Barcelona.
“Refugiados sí, españoles no” ha sido el grito más repetido por la extrema izquierda separatista durante una manifestación convocada por un grupo identitario en defensa de la unidad de España y en contra de las políticas migratorias europeas. Entre el grupo de radicales se encontraban las diputadas de la CUP, Eulalia Reguant y Mireia Vehí, y la presidenta del grupo municipal María José Lecha y el concejal Josep Garganté, quien durante la toma de posesión de Ada Colau se presentó con la palabra “odio” y con la cara del Che Guevara y la leyenda “La rabia puede más que la desesperanza”. Otra de sus frases como “si el Rey quiere corona, corona le daremos, que venga a Barcelona y el cuello le cortaremos”.
La realidad ordinaria
En estos momentos hay una realidad cotidiana que ensombrece la sociedad española, especialmente grave en algunas de sus ciudades principales. Que andar por la calle en Barcelona sea ya un riesgo calculado, porque cualquiera puede ser objeto de un robo, una agresión o un hurto; que en cualquier lugar de España cuando uno sale de casa por unos días puede llevarse la sorpresa de que su domicilio ha sido “okupado” y que, en el mejor de los casos habrá de esperar un par de años para recuperarlo y sabe Dios cómo; que el pequeño comercio local se vea abrumado al cierre por la competencia de los manteros y sus productos falsificados; que estos últimos hayan perdido todo respeto y se enfrenten de modo violento a las fuerzas de seguridad del Estado o policías locales, incluso hasta intentar asaltar una comisaría, etcétera no son como dice Ana Colau hechos puntuales, sino repetidos y evidencia de que esa paz civil se encuentra seriamente deteriorada de modo general en aspectos esenciales de la convivencia ordinaria.
Siempre hubo y habrá conflictos y delincuentes, sin duda. Hace años el juez Garzón dijo que, en una sociedad democrática y libre, los ciudadanos tenían que acostumbrarse a soportar determinados niveles de molestias. Cierto, pero siempre parece mejor que esas molestias las soporten los que delinquen y no los que conviven en paz y pagan impuestos, entre otras cosas, para que el Estado les asegure una mínima seguridad en sus vidas.

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