Opinión

¿Se parece el PSOE de Sánchez al Movimiento Nacional?

En estos últimos días, hemos visto que los pocos miembros del Partido Socialista Obrero Español o cargos públicos que han osado discrepar de la actuación de Pedro Sánchez o de las medidas que anuncia, especialmente con referencia a Cataluña, han sido tildados de traidores o se han convertido en objetivo de las más aceradas críticas de los medios afines, invadiendo la esfera de lo personal hasta límites insólitos. Este fenómeno contrasta con la mansedumbre del conjunto del partido que aplaude y jalea a Sánchez cuando dice una cosa y lo sigue aplaudiendo cuando cambia de criterio o hace lo contrario de lo que dice. Así, los mismos que ayer despotricaban contra Podemos, ahora aplauden y celebran la feliz entente con los camaradas comunistas y sus diversas contratas.

Ahora, los que discrepan, empezando por Felipe González, o son traidores o han dejado de ser socialistas, porque la verdad absoluta la poseen Sánchez y quienes lo siguen. Los juicios sumarísimos contra los discrepantes recuerdan la vieja acusación que formaba parte de la ortodoxia del viejo comunismo de “trabajo fraccionario” que se imputaban a quienes discrepaban de los dictados del secretario general y su cúpula, asunto que desapareció de la nomenclatura cuando Carrillo se hizo eurocomunista.

En el PSOE de Sánchez no existe propiamente en nuestros días el debate interno que caracterizó al socialismo de otro tiempo. Es una masa uniforme donde los que discrepan deben callarse, sino quieren ser acusados de traidores o cosas peores. Pedro Sánchez ha construido un partido, donde ha logrado que claudiquen, a veces por pura necesidad de supervivencia, hasta ayer discrepantes notables como Susana Díez, quien, en uno de los debates internos en pugna por hacerse con la dirección del partido, llegó a decirle a Sánchez que el problema era él. El secretario general ha blindado el partido y el Gobierno con sus afines más afines, de modo que haga o diga lo que sea, siempre estará bien.

Es curioso que, salvando las distancias, Sánchez ha convertido a su partido en una institución parecida a lo que era el Movimiento Nacional de Franco . Sé que es una paradoja, pero vamos a tratar de explicar esas analogías: El Movimiento Nacional o Falange Española Tradicionalista y de las JONS era el aparato político esencial del franquismo, una mera pantalla en la que el primero que no creía era Franco, y que se fue adaptando con el tiempo, dentro de la apariencia de espacio de participación política, cuando no era otra cosa que una corporación fascista en Estado puro. Tenía su consejo nacional (en la democracia recuperado el Senado que había ocupado) y una estructura territorial de consejos y cargos, que en su caso iban aparejados al de gobernador o alcalde, en su ámbito.

Sus debates y acuerdos eran pura ficción, pero daba la falsa apariencia de una viva controversia política como en las sociedades democráticas. Formar parte del Movimiento era el camino para hacer carrera política, y dada la estructura de Estado de la “democracia orgánica” podía desembocar en un cargo de procurador en las Cortes franquistas. Dado que el Estado se sustentaba sobre la familia, el municipio y el sindicato, en sus fases finales se elegían procuradores por el “tercio familiar” e incluso dentro del Movimiento, se pretendió permitir la existencia de “asociaciones” que respondieran a “distintas sensibilidades”, pero siempre dentro de lo mismo. El Movimiento Nacional era un elemento esencial del Estado franquista que, en realidad, no servía en sí mismo para nada, sino que era un cauce para hacer carrera política dentro del régimen.

Insisto en que nos estamos refiriendo a la propia sensación de apariencia entre un PSOE sin debate sobre cuestiones esencial, que lo requerirían, que es el elemento que sustenta a Pedro Sánchez, donde no cabe la discrepancia, y donde la discusión interna que caracteriza al socialismo democrático parece haber quedado sumergida en los inalterables principios de lo que el jefe diga en cada momento, ya sea hoy una cosa y mañana otra contraria. Y eso era el Movimiento Nacional, un coro silencioso, presto para el aplauso y un camino para ver de hacerse con un empleo en el Estado.

Cabe la esperanza de que, en este caso, estemos en una pasajera y temporal situación y que el PSOE recupere ese debate que existió en otros tiempos, donde se podía discrepar del secretario general en cuestiones esenciales, sin que te llamen traidor, fascista o cosas peores.

Te puede interesar