Opinión

Hay que parar todo síntoma de enfrentamiento civil

Quizá sea porque conocí y entrevisté a diversos personajes de la España de la II República desde Gil Robles a Enrique Líster o desde Dionisio Ridruejo a Santiago Carrillo, me trae a la memoria que todos ellos, con independencia del bando en que militaran, coincidían en que en los días que precedieron al estallido de la guerra civil los españoles no se aguantaban entre sí y que la sociedad estaba polarizada en dos bandos irreconciliables, que se unieron al resto de las circunstancias y responsabilidades que desembocaron en aquella tragedia y sus consecuencias. “No nos soportábamos”, decían.

Sé que mis temores pueden ser exagerados por el miedo, pero lo que estamos viendo estos días en las calles de enfrentamiento entre vecinos o grupos divergentes no augura nada bueno. Por ello me atrevo a decir que, antes de que vaya a más o prolifere, hay que conjurar los riesgos del enfrentamiento civil. Esto va a más. Concretemos: El ejercicio del derecho de manifestación y la libertad de expresión se tiene que encauzar. Un mediador neutral, que puede ser el defensor del pueblo o una personalidad que merezca el respeto de todos, incluso el Rey, debe reunir a los dirigentes de los dos bandos para pactar una tregua para remar todos en la misma dirección.

La chispa está encendida. O mejor, hay que evitar que se encienda ¿Es que no hemos aprendido nada de nuestro pasado? Claro que los mismos que ayer convocaban a cercar el Congreso o consideraban los escraches “jarabe democrático” están incapacitados para dolerse si les tocan. Y sus consocios y camaradas de Gobierno han de entender la indignación de la gente por sus torpezas. Nada ha alimentado tanto a la extrema derecha que sus errores, ocultaciones y mentiras de un Gobierno democrático. Hay miles de españoles hartos que no ven otra salida que ir a la calla y las caceroladas. Pero eso tampoco justifica a dónde estamos llegando. Lo difícil es conciliar el derecho a la libertad de manifestación con el cumplimiento riguroso de las normas que impone el Estado de Alarma mientras dure, porque el enemigo es el virus, no los adversarios políticos. 

Si antes de que apareciera la Covid-19 muchos españoles creíamos necesario un “Pacto de Estado” entre los partidos constitucionalistas, ahora se hace más necesario que nunca. En este río revuelto, los independentistas que sostienen al Gobierno desde la derecha católica vascongada, el PNV, a Esquerra Republicana y los diversos epígonos muestran su miserable perfil para sacar tajada de la precariedad del Gobierno, y los partidarios de éste, sin el menor sentido crítico, lo apoyan a ciegas. Todo lo que hace está bien. Se han cometido graves errores y señalarlos es un derecho de los que los padecen. La derecha “derecha” también tiene que rebajar las tensiones y colaborar, como se ha hecho en Portugal, con propuestas razonables, sin insultos, descalificaciones y acusaciones sin fundamento. Esta crisis sorprende al país con la clase política de menos nivel de la historia reciente de España. No todos los que se manifiestan son fascistas o responden al llamamiento de la extrema derecha. En cuanto al uso de la bandera como símbolo repetido creo que se está abusando demasiado, lo que crea una reacción contraria por parte de los divergentes. La bandera es de todos. No digo yo que no se utilice, pero llamaría a la reflexión porque es una decisión personal.

En 1980, el propio general Líster me decía: “podéis volver a ser el saco de las hostias como aquella magnífica juventud española de los dos bandos que se enfrentó en los campos de batalla”.  No vamos a llegar a eso, pero en la calle cada vez más os enfrentamientos pueden degenerar, pese a los esfuerzos de la policía y la guardia civil en batallas campales. Y eso hay que evitarlo anticipándose con toda energía.
Lo que no deja de ser otra paradoja es lo que se dice y escribe sobre el carácter de las manifestaciones en algunas zonas de Madrid, como el barrio de Salamanca, como barrio burgués y reaccionario, donde precisamente viven varios destacados miembros del PSOE y de Podemos, incluidos miembros del Gobierno. Es decir, que en ese barrio vive de todo.

Como decía E.H Carr la “la historia es a veces una gran paradoja”. Este historiador británico definió a la historia “como un proceso continuo de interacción entre el historiador y sus hechos, un diálogo sin fin entre el presente y el pasado”.  De ahí la escena de invitados al banquete. Que un grupo de menas marroquíes en su mayoría, a quienes estamos sosteniendo los españoles, se enfrenten a los vecinos que se manifiestan, de lado de unos contra otros, en un lugar de la periferia de Madrid, trae inevitablemente el recuerdo de sus abuelos mercenarios que en aquel tiempo lejano vinieron a participar en otro episodio de nuestro pasado al lado de uno de los bandos, como si la historia gustara en dibujar paradojas cíclicas. Pero ahí están. Pero la gran paradoja es ver el despliegue de guardias civiles para proteger la “dacha” del camarada de Pablo Iglesias, aquel mismo que digo que quienes ahora lo resguardan eran “una fuerza opresora al servicio de la burguesía”.

La cosa es suficientemente grave para ese pacto entre las fuerzas constitucionalistas e incluso, fíjense lo que digo, ir más allá con una fórmula que implique a todos en un frente común. Y en un pacto, todos deben ceder en algo, por el interés del conjunto.

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