Opinión

¿Consideran los hagiógrafos de Sánchez que su amoralidad es virtud?

Algunos hagiógrafos de Pedro Sánchez son expertos en la abstracción de lo que no conviene recordar o un modo curioso de trasponerse a las propias contradicciones del sujeto alabado, hasta el extremo de considerar que lo que unos su amoralidad o cinismo pareciera que, para ellos, es una virtud. Lo prueba que parecen hacer propio el repetido aserto de uno de sus admiradores de que “Pedro Sánchez no se siente concernido por sus palabras, sino por sus objetivos”. Pero si esto es así como regla ordinaria, ¿para qué ponerse en evidencia diciendo previamente de modo enfático que nunca se hará lo que luego se hace? En concreto, ¿para qué descalificar a Podemos si acabará subiéndolo al Gobierno? ¿Qué sentido tiene, con el agravante moral de invocar como guía sus propios principios, que nunca se subirá al falcon aupado por los independistas o que pactar con una de sus marcas, conectada al pasado criminal de sus mayores, será línea roja intraspasable? Era más prudente no decir nada e ir a lo suyo sin más.
Acaba de aparecer un segundo libro crítico sobre Sánchez, del que es autora la ex diputada socialista, Rosa Díez, titulado “Caudillo Sánchez”, quien vuelve a recordar la diferencia entre lo que el presidente dice y hace, e insiste que para analizar al personaje se debe centrarlo en la perspectiva humana y no sólo en la política. Claro que el libro no alcanza la precisión del que anteriormente escribiera Joaquín Leguina, otro socialista incómodo (ahora expulsado del partido), titulado “Historia de una ambición”, avalado por la trayectoria profesional, intelectual y política del que fuera presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid durante doce años. Este libro viene a ser una segunda parte del anterior, “Historia de un despropósito”, en el que analizó las consecuencias de la ruta abierta por Zapatero, que actualmente Sánchez ha perfeccionado Leguina retrata la ambición desmedida del actual secretario general del que fuera su partido y su absoluta falta de escrúpulos en todos los sentidos. Al día siguiente de ser expulsado, Leguina dijo: “el PSOE tendrá remedio cuando Pedro Sánchez se vaya”.
Curiosamente, la devota hagiografía sanchista resalta como una de sus evidencias más positivas su oposición a que en su día, ante la forzada repetición de las elecciones, un sector de su partido optara, como mal menor, permitir que gobernara Rajoy y pasar a una resuelta oposición. Cierto que merece respeto su renuncia de entonces a cargo y escaño, para luego volver a recuperarlo. Pero también es cierto que sus luego condenados compañeros –a los que se llamó de todo—aplicaron aquello que decía Fernando de los Ríos en la guía de conciencia de un socialista “Que primero debe pensar en España, luego en el partido y finalmente en sí mismo”. Y los que se abstuvieron en el Congreso para permitir que Rajoy fuera presidente, para no volver a unas elecciones que amenazaban con repetir los resultados, consideraron antes el interés de España que el propio. 
Por eso cuando Sánchez remite sus actos a sus principios o que siempre cumple su palabra, rechina. Si analizamos lo que se escribe o comenta sobre el doctor Pedro Sánchez uno puede llegar a la conclusión de que para unos es un genio y un gran hombre de Estado, y para otros un amoral, o mejor, un “idiota moral” o simplemente un frívolo cínico. “Idiota moral” da título a un conocido libro de Norbert Bilbeny y se aplica a la persona que a la que se le supone un buen coeficiente intelectual, pero que no distingue el bien del mal, o en todo caso, carece de un juicio permanente y coherente al respecto. El idiota moral o amoral es un sujeto que toma decisiones sin distinguir el bien del mal en orden a criterios cambiantes de utilidad; es decir, que lo mismo dice o hace una cosa o la contraria sin transición ni justificación. En política es un experto en el uso equívoco del lenguaje. Es decir, cuando sus partidarios dicen “Yo contigo, Pedro”, ¿en qué momento del devenir de sus actos se sitúan? Una de las características y efectos del “idiota moral” es precisamente que impregna el contexto donde se desenvuelve, de suerte que, como en este caso, sus partidarios asumen con naturalidad su relativismo moral sobre cuestiones que exigirían una determinación propia. 

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