Opinión

Aquellas cenas de afrancesados el 28 de marzo

Hubo un tiempo en que la víspera del 28 de marzo un grupo de vigueses, que se declaraban “afrancesados” se reunían a cenar como contra celebración de la fiesta oficial con sentido crítico. La composición era variada, políticos de la esfera de la izquierda, profesores diversos, periodistas y otras gentes. La idea era poner de manifiesto que la historia oficial de este día y sus personajes requerían una lectura crítica y menos patriotera y que quienes deberían ser recordados eran los liberales vigueses que defendieron la Constitución de 1812 y que fueron fusilados en Redondela, cuando el traidor Morillo volvió en 1823 a reponer al rey absoluto y felón, tras el trienio liberal.
A estas alturas sigue siendo incompresible que el movimiento vecinal vigués y la “progresía en general” siga dando la espalda a los acontecimientos de 1823 y sólo se acuerde de 1809, en que lo esencial fue no ya la defensa de la patria ocupada, sino el riesgo de que de alguna mochila de los granaderos franceses fuera a caer aquí alguna idea de la Ilustración. Véase las proclamas de los abades que llamaban a la lucha y que cuando volvieron los Cien mil hijos de San Luis a reponer en el trono al rey felón no movieron un solo dedo “en defensa de la patria”.
La fiesta de la Reconquista está muy bien, pese a sus fantasías, empezando por que se exhiben variedad de banderas que entonces no existían: ni la de Galicia, ni la de la provincia marítima de Vigo ni menos la de la República Portuguesa, que es de 1909. ¡Qué más da! En aquellas cenas de afrancesados se decía, con respecto a la época que se contemplaba críticamente, que puestos a elegir entre ser súbditos del liberal Rey José o de Fernando VII la elección no era dudosa, entre otras cosas, porque uno era francés y el otro descendiente de franceses. Dado lo cual, era evidente la ventaja del hermano de Napoleón.
Ya me he referido en otras ocasiones, a las extravagancias fomentadas por cierto chauvinismo local que llegó a proponer que Vigo se incorporara a la Red de Ciudades Napoleónicas, disparate mayúsculo que algunos entendían contribuiría a la proyección internacional de la ciudad. Y ahí seguimos. Hace años, di una conferencia en la Asociación de Vecinos Casco Vello en la que expone los argumentos favorables a una revisión de la historia de Vigo comprendida entre 1809 y 1823, indicando que era tiempo de bajar del pedestal al traidor Morillo y repasar el periodo completo.
Insistía entonces que los “afrancesados” no fueron menos patriotas que los leales súbditos de Fernando VII y sus sucesores, sino españoles que aspiraban a la modernización de una nación conforme los cánones de un tiempo distinto a lo que representaba el absolutismo borbónico. Pero frente a sus razones se impuso la repetida alianza del trono y el altar, que estuvo vigente frente a las ideas que se desprendían de la Constitución de Cádiz.
Yo espero que algún día, en algún lugar de Vigo y Redondela se alce un monumento o una placa en recuerdo de los vigueses que el traidor Morillo fusiló cuando volvió aquel año de 1823 para traicionar los principios que le habían encomendado defender.

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