Opinión

Cataluña como ayer: entre el realismo de Ortega y la ingenuidad y decepción de Azaña

He de comenzar precisando que soy uno de tantísimos españoles que cree que, si Puigdemont y el resto de los justiciables fugados no son detenidos y encarcelados con todas sus consecuencias si llegan a pisar el suelo de eso que Franco y los nacionalistas llaman “El Estado español”, digo que si ese hecho no se produce, concluiré, como tantas veces se ha demostrado que ese Estado no existe. Su burla y desafío a la Constitución, el modo en que emplazan al Estado a rendirse ofende y reta a todos los españoles, no sólo al Gobierno. Retan y desafían a la nación.
Tiene cierta gracia que el argumentario de los secesionistas de Cataluña repita en todos los procesos históricos que les afectan, o ellos provocan, los mismos clichés: “Son víctimas del Estado, los demás españoles no los comprenden, quieren más dinero y menos Estado”. No han cambiado las quejas a las que Azaña, con enorme ingenuidad, creyó dar respuesta en 1932 en el debate sobre el proyecto de Estatuto para Cataluña, y las vienen repitiendo el ex presidente Puigdemont y sus congéneres de las diversas especies hermanadas.
Y hoy, como ahora, se alza el realismo, el sentido común y el patriotismo constitucional de Ortega. Éste termina su discurso en la discusión del Estatuto de Autonomía de Cataluña con estas palabras: “Lo importante es movilizar a todos los pueblos españoles en una gran empresa común. Pero no hace falta nada de iberismo; tenemos delante la empresa, de hacer un gran Estado español· Pero ya había sentenciado que  “El problema catalán no se puede resolver, sólo se puede conllevar; es un problema perpetuo y lo seguirá siendo mientras España subsista”. 
Y a las palabras de Ortega cabe contraponer las de Manuel Azaña, quien con la mejor voluntad trató de dar solución a lo que sigue sin tenerla: “Todos los problemas políticos, señores diputados, tienen un punto de madurez, antes del cual están ácidos; después, pasado ese punto, se corrompen, se pudren. La reflexión, la discusión, el lapso de cierto tiempo, maduran en cada cual el sentimiento de su propia responsabilidad y traen las cuestiones al grado de sazón en que se encuentra esta que está ante nuestra deliberación”.
La decepción que a Azaña le produce Cataluña queda anotada en su diario, donde escribe en 1937, a propósito de los nacionalismos vasco y catalán: “Aguirre no puede resistir que se hable de España. En Barcelona afectan no pronunciar siquiera su nombre. Yo no he sido nunca lo que llaman españolista ni patriotero. Pero ante estas cosas, me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con él ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga a pedir dinero, y más dinero”.
En cambio, Castelao, poco antes de iniciarse la guerra civil en un mitin en el Teatro Rosalía de Castro en A Coruña dice: “Nosotros no queremos separarnos del resto de España, no intentamos romper el vínculo de muchos siglos. Lo que queremos es crear una mancomunidad de intereses morales y materiales”. 
La traición a la República y al Estado
En el libro que García de Enterría dedica a la memoria de Azaña y a las anotaciones de su diario se subraya la decepción del presidente de la República ante la traición de los mismos nacionalistas a quien tanto había defendido. La anotación de Azaña del 19 de septiembre de 1937 en el Cuaderno de la Pobleta relata el duro encuentro en Valencia con Pi y Suñer, su amigo y conseller de la Generalitat. Con su habitual serenidad, y en vista de lo delicado del momento pronuncia unas palabras que podrían hoy ser reproducidas ante las tropelías de Puigdemont y los suyos. El presidente reprocha duramente a Companys por no haberse privado de ninguna trasgresión ni de ninguna invasión de funciones haciendo la guerra por su cuenta, al margen de las propias directrices de la República:
Y como si fuera un ensayo de lo que habrá de venir, Azaña relata con precisión los excesos y traiciones de la Generalitat: “Creación de delegaciones de la Generalitat en el extranjero, creación de la moneda catalana, creación del ejército catalán y una referencia al eje Bilbao-Barcelona que en aquel contexto hay que entenderlo no como un Eje contra Franco sino contra el propio Gobierno de la República”.
Sobre este asunto, un excelente trabajo de investigación del “Grupo Llull” que citamos, apunta más allá de la propia traición: pretender que Cataluña sea reconocida como país neutral en la guerra civil e intento de llegar a una paz por separado con Franco.
Estos son los antecedentes de una realidad en la que vivimos de nuevo un trágico capítulo del mismo desafío al Estado y a la convivencia de las personas con vecindad civil en Cataluña y de aquella comunidad con el resto de España.

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