Opinión

Votar casi a ciegas

Dado que las elecciones del 26-J pueden considerarse como una segunda vuelta de las celebradas en el mes de diciembre, los programas electorales han pasado a desempeñar un papel secundario en esta campaña en la que, no por reiteradas, las  propuestas de cada partido pasan desapercibidas en las explicaciones de los líderes, que están más preocupados de repetir la ristra de lugares comunes sobre los beneficios de su liderazgo para el conjunto del país y los males que se derivarían del triunfo de los adversarios.
Como todas las propuestas están relacionadas de una u otra formas con la evolución de la economía y la política fiscal, todo el debate se centra en quienes son partidarios de bajar los impuestos y quienes de subirlos y cómo, cuándo y a quién, pero sin entrar en las múltiples variables que incidirán en esa decisión, de tal forma que aquellos que cifran que no haya recortes a la mejora de la recaudación y aquellos que apuntan a que es preciso seguir realizando reformas estructurales no cuantifican su efecto, ni los beneficiarios o damnificados.
Mientras que los votantes del PSOE no saben qué va a ocurrir con su voto -que dependerá en gran medida de los resultados que alcance y su posición en la tabla de clasificación-, y si se verá obligado a facilitar vía abstención un gobierno de los populares, o si habrá acuerdo con Podemos -para evitar unas terceras elecciones que serían insoportables desde todos los puntos de vista-, los dirigentes del PP no han dicho ni palabra sobre cuáles de las leyes de la legislatura de su última mayoría absoluta se muestra dispuesto a rectificar o derogar. Tampoco hablan del futuro de su candidato a inquilino de La Moncloa, aunque a mariano Rajoy puede ocurrirle como a Pedro Sánchez, que sobre los malos resultados del 26-J acumule otros similares o peores como síntoma del agotamiento de su liderazgo y finalmente su partido –o él mismo- pueda determinar que es parte del problema en lugar de formarla de su solución.
Ciudadanos, con su ‘buenismo’, a pesar de que mantiene algunas propuestas económicas muy próximas a las de los populares e incluso más neoliberales, ha dado muestras de su disposición al pacto, pero dadas sus perspectivas electorales, solo puede aspirar a ser la guinda del pastel en determinadas coaliciones.  
Aunque Podemos se empeña en poner por delante la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña y en otras nacionalidades históricas, como forma para resolver el problema territorial de España y, dice,  para consolidar su unidad, no está claro que sus confluencias en esos lugares sean partidarios de su propuesta en los mismos términos. Tampoco lo está que si Pablo Iglesias logra tener al alcance de sus manos la presidencia del Gobierno con un acuerdo con el PSOE en el caso de que se produzca el ‘sorpasso’ vaticinado, no vuelva grupas y lo deje para mejor ocasión, dado que este partido ha fijado con nitidez que su única línea roja tiene que ver con imposibilidad de cualquier intento de trocear la soberanía nacional.  
En fin, se va a las urnas sin saber cuáles son las reformas que piensa aplicar el PP, sin conocer cuál es la política de pactos del PSOE convertido en bisagra, y sin atisbos de solución para el  problema territorial. Todo un éxito de sus campañas electorales. 

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