Opinión

Renuncias en coalición

El acuerdo entre Podemos e IU para concurrir en coalición a las elecciones que van a dar paso a la XII legislatura es la demostración palpable de que los partidos no tienen empacho en cambiar principios y estrategias si con ellos consiguen ganar votos y acaparar el mayor poder posible, porque de eso es de lo que va la política. Ante el anunciado descenso en la intención de votos, la dirección de Podemos ha tratado de conseguirlos allí donde hay un caladero propicio; ante el aumento de la intención de votos previsto para IU, el partido que lidera Alberto Garzón ha tratado de maximizar esa oportunidad para sortear la Ley D’Hont que les castiga a la hora del reparto de escaños.
Los líderes de ambas formaciones harán de la necesidad virtud, olvidarán los agravios, los insultos, los desprecios mutuos y todas aquellas zancadillas de la anterior campaña electoral, porque lo que  ocurre durante la campaña se queda en la campaña, y al día siguiente del 26-J habrá que hacer el cesto con los mimbres que los ciudadanos hayan decidido. Como se trata de alcanzar la mayor representatividad posible de IU en el Congreso, si se cumplen las expectativas, se queda en segundo plano el programa e incluso el lugar a ocupar en la listas mientras sea de salida, y ambas formaciones renuncian a aspectos sustanciales de su idiosincrasia.  
En el plano ideológico no existen mayores problemas para ambas formaciones. ¿O es que alguien acabó creyéndose que Podemos era una fuerza ‘transversal’ y no de la izquierda clásica? Se trata por tanto de una coalición natural en el ámbito de la izquierda, a la izquierda del PSOE, que de haber sido aceptada en las anteriores elecciones por Podemos habría supuesto un vuelco electoral importante. Ahora, “que ya nos conocemos más todos”, según Rajoy, Podemos ha perdido el empuje de sus inicios y es víctima de sus propias estrategias. El error de soberbia de Pablo Iglesias y de su partido con ínfulas fagocitadoras ha sido de tal calibre que, para no hacer tan evidente el descenso de sus apoyos, no le ha quedado más remedio que recurrir a la IU, que no se ha tenido que mover de su sitio, aunque no haya aprovechado totalmente las expectativas creadas a lo largo de los cuatro meses de la legislatura fracasada. Y llegados al punto de la coalición se hace difícil determinar quién  acabará mordiendo a quién en el futuro en el aspecto organizativo y quien saldrá más fortalecido de esta aventura, si los círculos podemitas o la bien engrasada maquinaria partidista de esta organización a Podemos. Dentro del partido de Pablo Iglesias ya saben cómo se las gastan los miembros hiperideologizados y organizados de Izquierda Anticapitalista.
Convertidos en el principal adversario electoral para el Partido Popular, la coalición Podemos-IU va a gastar muchas energías en procurar quitarse la etiqueta de "extremistas y radicales". Además está por determinar si los miembros de la coalición suman más juntos que separados, y tardará en saberse hasta que no se diluya el efecto mediático del acuerdo alcanzado. El PSOE cometería un inmenso error si menosprecia esta nueva variable, que va a polarizar tanto la campaña que algo tendrán que imaginar para ocupar el centro del debate cuando por la derecha y la izquierda le atribuyen el papel de bisagra que corresponde a la tercera fuerza política. 

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