Opinión

Una sociedad enferma

Son las crisis, no necesariamente sanitarias, las que ponen a prueba el grado de salud de una sociedad. La disciplina de los ciudadanos, derivada de la confianza en sus representantes, no en los dictados del miedo, como ha ocurrido en China, es uno de los síntomas de cuán enferma (o sana) está una sociedad. La española es, creo, más bien del tipo pasiva que exigente, dócil pero extremadamente crítica. Y está claro que desconfía profundamente de aquellos a quienes ha encargado regir la sociedad. Yo me atrevería a decir que, cuando esta pesadilla pase —que pasará, sin duda; lo contrario sería impensable—, habrá un movimiento ciudadano importante que exigirá que se nos gobierne de manera distinta a cuanto hasta ahora hemos conocido. Y que, por ejemplo, al menos algunos miembros del actual Ejecutivo —permítame no señalar, de momento— de ninguna manera podrán permanecer en sus puestos.

Mantengo la posición de que ya llegará el momento de valorar críticamente lo hecho (o no) por el Gobierno y los gobiernos, por el principal partido de la oposición y las otras oposiciones. Carezco de conocimientos para valorar técnica o científicamente si nuestro Ejecutivo actuó con mayor o menor celeridad, desde un punto de vista estrictamente sanitario o económico, a la hora de combatir la pandemia. Sé que, políticamente, tanto el Gobierno central y la mayoría de los autonómicos —no todos—, así como los ayuntamientos y también las formaciones de la oposición, se han mostrado algo elefantiásicos: lentos, perezosos a la hora de la toma de decisiones, de la puesta en marcha de las posibles soluciones. Sin imaginación. Pero, sobre todo, no han logrado concentrar a la ciudadanía en torno a sus decisiones: los españoles siguen sin amar a sus políticos, y me parece, qué quiere que le diga, razonable.
Siento mucho decirlo, pero uno no puede dejar de sentir envidia al ver a cientos de miles de italianos salir a los balcones para cantar su himno o para aliviar con música el sufrimiento colectivo. Sé que en nuestro entorno también anidan movimientos, minoritarios, de solidaridad y que hay colectivos —el sanitario, y, si usted quiere, quizás el mediático— que están dando la talla, aunque simplemente sea porque cumplen con su deber. Pero la sociedad, esa que escapa a las playas o que está a punto de lapidar a los 'madrileños' que huyen de la 'zona cero' del virus, debe meditar en cómo nos sentiremos mañana, cuando el virus haya quedado vencido y tengamos que hacer balance de nuestra actuación y debamos, entonces, enfrentarnos a la vergüenza o al orgullo por lo actuado u omitido.

Claro que no pienso culpar al Gobierno o a la oposición, a la clase política en general o a las instituciones por no haber sabido conectar en un 'sangre, sudor, lágrimas y esfuerzo' con una ciudadanía harta de comprobar cómo se la engaña desde los poderes, que tanto han abusado de su posición. ¿Por qué íbamos a confiar ahora? Y, sin embargo, es necesario. Ya digo que mañana, o dentro de un par de semanas, o de un mes, será el momento de hacer un recuento acerca de cómo estamos siendo gobernados, y claro está que no me refiero estrictamente, aunque también, desde luego, a 'este' Gobierno. De momento, hoy, recomiendo que sigamos las instrucciones oficiales, en el supuesto —hay que suponerlo, qué remedio— de que son las verdaderamente informadas.

Hoy, me temo, hay que concluir que esta sociedad nuestra, aunque no nos guste escucharlo ni leerlo, está enferma. Y no porque nos invada un virus solamente. Y la solución no reside en los hospitales, desde luego.

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